Ya he dicho, los hombres inventaron la noche, y a la luna. En su Nocturno (frustrado), Miguel d’Ors le reprocha a los poetas «Maldito Baudelaire, malditos Goethe y Borges, / que ahora que contemplo / la luna no me dejan ver / la luna.» y a Miguel d’Ors, Victor Botas le contesta «Bendito Baudelaire, benditos Goethe y Borges, / que ahora que contemplo / la luna me permiten ver / en ella / cosas que no verá ningún astrónomo.»
Fragmento de Hacia la noche de María Eugenia Vaz Ferreira.
Oh noche, yo te quiero
sin el fulgor de luminosos astros,
sin marinos clamores
y sin la voz que finge
en los cráneos sonoros el rumor de los vientos.
Oh dulce noche mía, oh dulce noche!
Aunque el glorioso pájaro del alba.
rompa después mi lapidario ensueño,
un polvo de inquietud arda en mis ojos,
y me seas de nuevo
sólo una palma antigua, replegada
sobre el gran desierto.
La blanca soledad de Leopoldo Lugones.
Bajo la calma del sueño,
calma lunar, de luminosa seda,
la noche
como si fuera
el blando cuerpo del silencio,
dulcemente en la inmensidad se acuesta.
Y desata
su cabellera
en prodigioso follaje
de alamedas.
Nada vive sino el ojo
del reloj en la torre tétrica,
profundizando inútilmente el infinito
como un agujero abierto en la arena.
El infinito,
rodado por las ruedas
de los relojes,
como un carro que nunca llega.
La luna cava un blanco abismo
de quietud, en cuya cuenca
las cosas son cadáveres
y las sombras viven como ideas.
Y uno se pasma de lo próxima
que está la muerte en la blancura aquella,
de lo bello que es el mundo
poseído por la antigüedad de la luna llena,
y el ansia tristísima de ser amado
en el corazón doloroso tiembla.
Hay una ciudad en el aire,
una ciudad casi invisible suspensa,
cuyos vagos perfiles
sobre la clara noche transparentan,
como las rayas de agua en un pliego,
su cristalización poliédrica.
Una ciudad tan lejana,
que angustia con su absurda presencia.
¿Es una ciudad o un buque
en el que fuésemos abandonando la tierra,
callados y felices
y con tal pureza,
que sólo nuestras almas
en la blancura plenilunar vivieran?
Y de pronto cruza un vago
estremecimiento por la luz serena.
Las líneas se desvanecen,
la inmensidad cámbiase en blanca piedra,
y sólo permanece en la noche aciaga
la certidumbre de tu ausencia.
La luna de Jorge Luis Borges.
A María Kodama
Hay tanta soledad en ese oro.
La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo.
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