En su libro de ensayos La casa de polvo sumeria, Circe Maia hace y comenta un breve catálogo de poemas donde la muerte es un(a) visitante y donde, a veces, tiene incluso conversaciones con el moribundo. Me limito a transcribirlos y agregar uno.
La Muerte entraba y salía de nuestra casa sin golpear la puerta de Yanni Ritsos. [en traducción de Circe Maia]
La Muerte entraba y salía de nuestra casa sin golpear la puerta.
Conocíamos sus pasos, sus vestidos, la conocíamos también por eso.
Al principio sus zapatos eran nuevos, no hacían ruido
después se volvieron más suaves y ahora, cuando abres la puerta y dices «Buenas noches»
y no hay luna en la calle
ahora se sienta junto al vidrio sin luz, descalza, descarada, tranquila.
Dood de Eddy van Vliet.
Dood. Heb geen angst. Talm niet
voor mijn deur. Kom binnen.
Lees mijn boeken. In negen van de tien
kom je voor. Je bent geen onbekende.
Hou mij niet voor de gek met kwalen
waarvan niemand de namen durft te noemen.
Leg mij niet in een bed tussen kwijlende
kinderen die van ouderdom niet weten wat ze zeggen.
Klop mij geen geld uit de zak
voor nutteloze uren in chique klinieken.
Veeg je voeten en wees welkom.
[Traducción de Circe Maia: Muerte. No temas, no demores junto a la puerta. Entra, / lee mis libros. De cada diez, en nueve te encuentras tú, / no eres desconocida / no me juegues la mala pasada con achaques / a los que nadie quiere dar el nombre. / No me pongas en el lecho junto a quienes / por su vejez, no saben lo que dicen / no me lleves el dinero / a horas sin sentido en la clínica chic. / Cepillo tus zapatos. Te doy la bienvenida.]
Fragmento de las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique.
XXXIII
Después de puesta la vida
tantas vezes por su ley
al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero;
después de tanta hazaña
a que non puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa d’Ocaña
vino la Muerte a llamar
a su puerta,
XXXIV
diziendo: «Buen caballero,
dexad el mundo engañoso
e su halago;
vuestro corazón d’azero
muestre su esfuerço famoso
en este trago;
e pues de vida e salud
fezistes tan poca cuenta
por la fama;
esfuércese la virtud
para sofrir esta afruenta
que vos llama.»
XXXV
«Non se vos haga tan amarga
la batalla temerosa
qu’esperáis,
pues otra vida más larga
de la fama glorïosa
acá dexáis.
Aunqu’esta vida d’honor
tampoco no es eternal
ni verdadera;
mas, con todo, es muy mejor
que la otra temporal,
peresçedera.»
XXXVI
«El vivir qu’es perdurable
non se gana con estados
mundanales,
ni con vida delectable
donde moran los pecados
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
e con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos e aflicciones
contra moros.»
XXXVII
«E pues vos, claro varón,
tanta sangre derramastes
de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganastes
por las manos;
e con esta confiança
e con la fe tan entera
que tenéis,
partid con buena esperança,
qu’estotra vida tercera
ganaréis.»
[Responde el Maestre:]
XXXVIII
«Non tengamos tiempo ya
en esta vida mesquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
e consiento en mi morir
con voluntad plazentera,
clara e pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
es locura.»
Fragmentos del Romance del Enamorado y la Muerte.
Vi entrar señora tan blanca, muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor? ¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas, ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante: la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa, déjame vivir un día!
—Un día no puede ser, una hora tienes de vida.
[…]
La fina seda se rompe; la muerte que allí venía:
—Vamos, el enamorado, que la hora ya está cumplida.
Fragmentos de Muerte de Abel Martín de Antonio Machado.
II
El ángel que sabía
su secreto salió a Martín al paso.
Martín le dio el dinero que tenía.
¿Piedad? Tal vez. ¿Miedo al chantaje? Acaso.
Aquella noche fría
supo Martín de soledad; pensaba
que Dios no le veía,
y en su mudo desierto caminaba.
III
Y vio la musa esquiva,
de pie junto a su lecho, la enlutada,
la dama de sus calles, fugitiva,
la imposible al amor y siempre amada.
Díjole Abel: Señora,
por ansia de tu cara descubierta,
he pensado vivir hacia la aurora
hasta sentir mi sangre casi yerta.
Hoy sé que no eres tú quien yo creía;
mas te quiero mirar y agradecerte
lo mucho que me hiciste compañía
con tu frío desdén.
Quiso la muerte
sonreír a Martín, y no sabía.
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