Reseña que escribí para la diaria y que, con leves modificaciones, salió el 29 de agosto de este año, del libro de Roberto Appratto La ficcionalidad en el discurso literario y en el fílmico (Montevideo: Yaugurú, 2014).
La idea aristotélica de unidad temporal, espacial y de acción para la tragedia tiene sus bases en la verosimilitud. ¿Cómo van a creer los espectadores que en una obra de tres horas puedan pasar varios años? ¿Cómo van a creer que se puede estar un acto en Alejandría y al siguiente en Roma? Sobre estas cuestiones (que le hacían los críticos a Shakespeare), el doctor Johnson es tajante: al ver Antonio y Cleopatra sabemos que no estamos ni en Roma ni en Alejandría, sino en el teatro. Así de poderoso es el pacto que hacemos al ver una obra, al leer una novela, al ver una película. La ficcionalidad del arte es algo que damos por hecho, tanto, que se nos hace difícil conceptualizarla. Tanto, que a veces es necesario que nos avisen: “cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia”. Siendo un tema tan principal, tan visible que corre el riesgo de desaparecer, el último libro de Roberto Appratto, escritor y profesor de literatura y cine en secundaria y la universidad, intenta profundizar sobre el concepto.
La ficcionalidad en el discurso literario y en el fílmico es un libro de teoría (o, mejor aún, sobre teoría) pensado como material de consulta para estudiantes de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica. Es, en ese sentido, un manual que aborda desde varios ángulos el tema propuesto, dedicando una primera parte a algunas definiciones preliminares (las secciones dedicadas a la ficcionalidad en el enunciado y en la enunciación) y una segunda parte a la puesta en ejemplos de esos conceptos. En una interesante y motivadora forma de exposición, dinámica y didáctica, se plantean las principales teorías en torno a las diferentes problemáticas, con profusión de ejemplos y citas directas. Maneja una bibliografía amplia y siempre pertinente, con la feliz inclusión de teóricos y artistas uruguayos, lo que lo constituye en un libro de consulta muy útil, aunque resultaría importante que contara con un índice alfabético de autores y obras citadas o utilizadas como ejemplos. El registro cambia de acuerdo al tema: a veces es casi enciclopédico, otras ensayístico o crítico; lo que da agilidad a la lectura y logra un libro accesible y simple (en el mejor sentido de la palabra), que trata un tema complejo y que podría resultar tedioso. Hay una evidente diferencia, en términos de registro, entre las dos primeras secciones y las dos últimas; si las primeras son de aproximación al tema, con definición de conceptos y el estudio de algunos casos, las dos últimas, que llevan como títulos “Realidad y ficción” y “Las escrituras del yo” son de carácter más ensayístico y se puede ver en ellas más claramente algunas ideas del autor (ideas que es interesante poner en relación a su propia obra literaria).
De clara orientación audiovisual, los ejemplos proporcionados van desde clásicos como Cervantes, la poética de Brecht o el nuevo periodismo de Capote a películas de Herzog o Hitchcock. En su amplia mayoría, estos ejemplos corresponden a la prosa y al cine narrativos. Así, se deja de lado la poesía en verso y en prosa (donde el concepto de ficcionalidad es tal vez más problemático), el cine no narrativo (y no mimético en un sentido estricto), el teatro y otras expresiones artísticas vinculadas tanto a la literatura como al cine. Es evidente que un trabajo no puede abarcarlo todo, pero es en estos casos donde (como en las “escrituras del yo” tratadas en la sección cuarta) se pone más en cuestión el término de ficcionalidad como constitutiva del arte. Esta reducción del campo de estudio es a la vez problemática y afortunada; si omite gran parte de la creación de las artes en juego, es para tratar con profundidad las trabajadas, logrando un texto que es a la vez específico y general. Es decir, un texto que se ciñe a un cierto programa (no olvidemos su concepción como libro de consulta) pero que se abre a nuevos usos y que propone conceptos que se pueden generalizar y aplicar a distintas artes y géneros que no se contemplan específicamente (o sí, pero de forma somera). Por eso constituye un libro principal como introducción tanto a los estudios literarios como cinematográficos.
Para entrar en la obra debemos aceptar la siguiente (y polémica) petición de principio: la ficcionalidad es un rasgo característico del arte. Es decir: toda obra, en alguna medida, es ficcional. Una vez aceptada esta máxima, el libro nos ofrece, deductivamente, cuantiosos ejemplos para demostrar distintas formas de esa ficcionalidad, tanto dentro como fuera de la obra “en sí”. La aceptación o rechazo de esta petición de principio depende entonces del concepto que tenga cada uno de realidad (y, por lo tanto, de ficción). Es que un trabajo sobre la ficcionalidad cuestiona necesariamente su elusiva contracara, la realidad. Appratto ronda el tema, lo cerca, parece que va a enfrentarlo y no lo enfrenta; la sugerencia del problema alcanza. Al fin, volviendo al principio, uno puede preguntarse ¿estamos en Roma cuando estamos en Roma? ¿O seguimos (y no lo sabemos) en el teatro?
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