Reseña del libro de poemas Fábula de un hombre desconsolado, de Javier Etchevarren (Montevideo: Yaugurú, 2014) y que, con algunos cambios, salió en la diaria el 18 de noviembre de este año.
El hombre desconsolado fue un niño. Su historia es la del niño, su historia compuesta de fragmentos, de memoria y olvido. Fábula de un hombre desconsolado, último libro de poemas de Javier Etchevarren, tiene la forma de un álbum familiar. Las fotografías son poemas y son recuerdos, momentos detenidos, poses, gestos. El hombre-poeta se forma de la ausencia, de la nada; el hambre y la pobreza son su materia. Todo parece irse, nada permanece, ni la biblioteca. Sólo la memoria, cuyo nombre es a veces imaginación.
Fábula de un hombre desconsolado es el relato de un fracaso, el fracaso posmoderno de la construcción del sujeto. El yo se crea en parte por oposición; por oposición a los otros, a los que juegan con muñecos reales y a los que tienen la túnica más sucia (los más ricos, los más pobres), del hermano mayor y del hermano menor, de la madre y del padre. De la negación nace el sujeto, sabe lo que no es y así se va descubriendo, pero las técnicas son rudimentarias. El niño que se pinta caritas en los dedos sabe que no son muñecos, que no es lo mismo. Ese es el verdadero desconsuelo. El desconsuelo es la pérdida de la inocencia y reclama un regreso a la palabra inocente, al lenguaje certero de la infancia. De esa necesidad nace el poema, que no se presenta como juego, ni como artefacto, ni como objeto estético, sino como natural producto de una subjetividad que busca expresarse y comunicar, alcanzar a un otro, al que se dirige (“Ustedes me han visto”). Esto hace que sea un libro muy personal; la historia de un hombre que es un niño a la vez y que es poeta.
De una economía extrema, tal vez aprendida por Etchevarren a través de su práctica con el haiku japonés, los poemas son tan vulnerables como el yo que los enuncia. Penden como una pequeña línea en la página, están solos. El poema en su desprotegida brevedad aparece como fijación de la memoria y también como invención de realidades paralelas, como los dibujos de extraterrestres asesinos y fieras salvajes o la imposible fotografía de la familia feliz. En sus poemas más logrados (La biblioteca, El niño que dibuja) la evasión y la dura realidad se superponen ominosamente, también (como afirma Tatiana Oroño en la contratapa) pasado y presente se mezclan, el hombre y el niño; el paso del tiempo es un espacio en blanco: treinta años de un verso al otro. Si el libro comienza con un aborto que no fue (y se llama, digamos, Javier Etchevarren), concluye también con una conjetura. Entre dos irrealidades probables se enmarca la vida, la obra del poeta. Con lo que pudo ser, con las variaciones juega el poeta a vislumbrar futuros posibles e imposibles, como el niño que sueña. La escritura aparece entonces como forma menor de realidad, como versión inocua de la realidad: los dibujos cobran vida y matan, pero los poemas no. En el poema reviven los muertos, se olvidan los odios, se mejora la vida, pero un instante: la ilusión es frágil y desaparece, llevándoselo todo.
Como obra de conjunto, el poemario (casi un único poema de muchas partes), es desigual. Una vez entrado en el texto, uno puede casi adivinar lo que viene; el juego de contrarios, la conclusión “insólita”, el movimiento en negativo. Lo imprevisible se vuelve entonces previsible. El sintagma fijo, la frase hecha aparece con ingenuidad, el verso hecho, repetido como si hubiera algo que es poético en sí mismo. Las imágenes son todas simplísimas, sin que ello constituya una pérdida, pero las palabras no se adecuan. La creación de un mundo de incertezas se postula en una forma impropia, de la palabra que se quiere cristalina. El lenguaje poético que Etchevarren viene construyendo desde Desidia (2009) sigue en proceso, buscándose: la identidad es un camino. Este libro instaura el nacimiento del hombre desconsolado, es un libro con características de obra inicial, que comienza algo, pero sin dejar de establecer algunas continuidades con lo anterior. Se verá como prosigue Etchevarren ese camino.
El primer poema refiere al nacimiento y el libro describe un viaje a través de la vida del hombre del título, de la conformación de ese hombre, pero al final no hay un hombre. La busca de la identidad en la familia y en la creación es un proyecto trunco: “No” es la primera palabra, en el otro extremo, la última palabra es “consuelo”.
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