Cordón Gaza: sobre «Cordón Soho», de Natalia Mardero

Reseña de Cordón Soho, de Natalia Mardero (Montevideo: Estuario, 2014) y que, con leves modificaciones, salió en la diaria el 25 de noviembre de este año.


Desde antes del comienzo (desde la portada, desde el título) Cordón Soho refiere a otros libros, a bandas, a lugares y personas. Una vez dentro, las referencias son casi una constante. No hay un ambiente que no se construya en base a una película, a cierta canción. A veces (casi siempre) se impone la necesidad de nombrar la referencia, de develar la cita, de apuntar “miren lo que estoy haciendo”. Este mecanismo funciona en la novela de dos formas: por un lado señala cierto sistema cultural (pop, anglófilo, hip) con el cual se alinea y que ha hecho que haya sido considerada casi como un documento del mundo juvenil montevideano de este (hasta ahora) cortito siglo; por otro, evidencia la pobreza imaginativa de la última obra de Mardero.

Nada allí es original. Habla, en la novela, una voz que no es una voz, sino un eco. La novela es, entonces, hablada; pero no consciente de ese hecho. No se reconoce muñeco de ventrílocuo, no aprovecha ese lugar, no subvierte: se deja hablar. ¿A quién pertenecen las palabras? No parece un problema, como no lo es, por ejemplo, la sexualidad: ser lesbiana o no es querer o no tomar pastillas anticonceptivas, es querer o no intercambiar ropa con tu pareja. ¿Fácil, verdad? Es que la rebeldía de Cordón Soho es la rebeldía del figurín y, claro, ser lesbiana o no no es una elección (si es que la sexualidad se elige) sino algo que pasa. “Pasa”, así, todo. Parece que al final el amor sí valía la pena, nos dice el guerrero vencido en el último capítulo; que el amor sí vale. ¡El viejo (nuevo) optimismo del Uruguay! No hay trazas ya del desencanto; hay desencanto, pero se vuelve, siempre se vuelve a empezar. El amor es malo, el amor es bueno, el amor es malo, el amor es bueno: una dialéctica coja, sin síntesis ni resolución. No hay crítica y entonces no hay pensamiento, sólo acción (en las primeras treinta palabras hay siete verbos). Pasan cosas a velocidad vertiginosa y jamás nadie piensa nada, y eso, aparentemente, está bien. La adhesión segundo a segundo a nuestro tiempo (aunque me cueste reconocer mi tiempo ahí), otra de las supuestas virtudes de la novela, se da de varias formas pero sobre todo a través del uso del vocabulario y los artefactos, programas y redes sociales de actualidad; su “frescura” adolescente adolece el problema de todas las frescuras: el de marchitarse (los quince minutos reglamentados por Warhol ya son catorce, o incluso…).

Ahora, dije anteriormente “novela” porque así se autodefine. Pero ¿es Cordón Soho una novela? No es un guión cinematográfico, ciertamente. ¿Es un cuento largo? ¿Una novela corta? Es un videoclip. La RAE, con su sabiduría castiza y castradora sentencia “Cortometraje, generalmente musical, de secuencias breves y formalmente inconexas, usado con frecuencia en publicidad”. Veamos esta definición más detalladamente. Es corto (eliminemos el “metraje”), es musical (en las primeras páginas Merdero recomienda una playlist a la que refiere o complementa en casi todos los capítulos), de secuencias breves (un promedio de tres páginas y media por capítulo), formalmente inconexas (el narrador cambia varias veces de punto de vista sin motivo aparente, oscila entre un uso demasiado “correcto” del lenguaje y todas las uruguayeces de este siglo), publicitario. Bueno, sobre lo último diré que no sé que publicita. ¿Un estilo de vida? Probablemente nada, confiemos que es el desinteresado producto de una artista. En todo caso, diría que hemos dado con el género: videoclip parece adecuado. Y es, por cierto, un videoclip que cumple las convenciones. Una de ellas es que no hay personas en un videoclip. Y aquí tampoco, porque la construcción de los personajes, de las tramas, de los (abundantísimos) diálogos es estereotipada hasta el grado de ser predecible. Valentina, Tatiana, Carolina, Pablo, Gizmo, Alejandro son seres monolíticos, personajes sin desarrollo, clichés. Dicen lo que deben decir, hacen lo que deben hacer. Son lo que deben (según nos han dicho, según no están diciendo en algunas teles y en algún cine y en alguna literatura) ser los jóvenes. Cordón Soho es por eso un libro de moda. Pero no impone moda, reproduce moda; retrata (si es posible utilizar aún esa palabra en relación a la literatura) un mundo estancado y se estanca. Retrata un mundo que funciona según preceptos que no son de este mundo, un mundo falso, imitativo, a imagen de otro que no cuestiona. ¿Estamos en Cordón? Claro: los chicos comen asado, por la calle pasan carritos tirados por caballos, dicen “demás”, dicen “gila”. ¿Estamos en Soho? ¿Por qué no? ¿Palermo Hollywood? También. ¿Bagdad? ¿Siberia? ¿Gaza?

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