Tras la aparición de mi reseña a Cordón Soho se desencadenó una breve polémica en torno a algunos conceptos manejados ahí por mí, al lugar de la crítica y a mi cara. A continuación tres extensiones de esa reseña que la explican, complementan y, de algún modo, justifican. La primera apareció el día siguiente (26 de noviembre) en la diaria, la segunda en cierto debate en Facebook con la autora criticada y Ramiro Sanchiz, la tercera por primera vez acá.
I
En vista de lo ocurrido en relación a la reseña que realicé del videoclip (según terminología allí utilizada) o novela Cordón Soho, y llamé (siguiendo un chiste de Charly García sobre Palermo) Cordón Gaza me gustaría aclarar algunas cosas.
1. Que mi reseña se restringió a la literatura. Hablé del manejo de las técnicas literarias, del lenguaje y de narrativa. Aparentemente eso fue un error, porque no me permitió ver que Cordón Soho es un documento de la juventud actual (bajo unas coordenadas muy precisas). Puede ser un error, pero en todo caso, es un error que nace de una posición frente a la literatura que tal vez no esté bien vista hoy en día, cuando cunde la visión posmoderna que dice que todo es fragmento, que nada es certero, que no hay nada incorrecto y que toda palabra es una cita. Yo, lamentablemente (para mi), no creo eso. Lo siento.
2. Que mi reseña buscó definir el género de la novela (otro error, desde el punto de vista posmoderno contrario a la taxonomía). Fue, claro, un abordaje metodológico que me ayudó a comprender esta «novela», no un punto de llegada sino de partida. A partir de eso comprendí ciertas cosas que no había entendido del todo, como la (para mí) vacuidad de sus personajes. ¡Seré anacrónico!
3. Que mi reseña criticó la construcción de los personajes, no porque no estén logrados, sino porque se construyen a partir de tipos claros y que no me son ajenos. No es, sin embargo y a mi entender, pop. O es un pop entendido desde un punto de vista muy estrecho. Pop no es meramente citar y replicar elementos de la cultura de masas (por usar un término poco simpático hoy), es una postura hiperconsciente frente al mundo y el mercado que esta novela no tiene, bajo ningún concepto.
4. Mi reseña exigió un nivel de seriedad que tal vez no fuera pertinente. Eso lo puedo entender. Si la literatura es juego, es cierto, no es puro juego. La historia de amor me pareció vacía y absurda y (creo) de eso se trata la novela. Hay dos visiones (o más) en juego; la mía, personalísima (y que la diaria respetó en todo momento), se basa en que, después de todo, el arte es uno. Otra vez caigo en desgracia en el mundo de hoy. No intento a cada instante ser (pos)moderno, sé que no puedo no serlo.
II
Me gustaría hablar sobre tres cosas: prejuicios, crítica y academia. En cuanto a lo primero, diré que el prejuicio existe siempre: una vez que hemos elaborado un juicio sobre algo (el mundo, por ejemplo, o el arte, o los vegetales) ese juicios se transforma en prejuicio cuando estamos juzgando aspectos inferiores en los grupos (una montaña, una pintura, una col). Quiero decir: nuestros juicios están teñidos de una visión de mundo que es previa y que depende de muchísimos factores, tanto contextuales como de otros tipos. Ser hombre, heterosexual, uruguayo, vivir en Salinas, haber leído X libros, escuchado Z música, visto tales películas, haber estado en Buenos Aires en el año H, tomar el ómnibus C2, tener tales amigos, tales charlas, descender de tales personas, etcétera, configuran mi forma de ser y de pensar el universo. Así, tenemos algunos prejuicios (sólo prejuicios, es decir juicios previos) cuando estudiamos algo. El caso es que yo leí la novela. No me gustó, no me pareció ni novedosa ni original, no me pareció buena en ningún sentido y no vi (y creo que esto es importante) nada bueno en las críticas que leí de ella. Es decir: todas las virtudes que se señalaban no lo son en absoluto para mí. A partir de mi lectura de la novela y con mis pre-juicios, impuse una metodología (que no vi que se cuestionara) y elaboré una crítica, id est: un juicio. Ya que hablé de metodología, me gustaría pasar al segundo término a tratar: la crítica.
No se puede cuestionar, en absoluto, una crítica en tanto crítica a través de las ideas que expone. Podemos no estar de acuerdo con la crítica, con el contenido, pero para determinar si una crítica es mala lo que debe atacarse es el método: el procedimiento lógico llevado a cabo. Pongo un ejemplo: cuando estudiaba sobre Boglione en mi primera reseña (a su último libro de poemas Extremo Explicit) encontré un comentario de Sanchiz en alguno de sus blogs sobre su Ritmo D. Me interesó como obra del pensamiento, por más que vi algunos errores y ciertos «prejuicios». Claro: él entiende la literatura de otra forma, y está bien. A partir de eso efectuó su juicio sobre la obra de Boglione y el resultado es interesante y una broma muy graciosa también. Si se lee mi reseña, se verá que es muy distinta. A mí me parece que Boglione sí es novedoso, sí es «original» y sí está haciendo algo interesante. Pero yo no puedo cuestionar a Sanchiz, él siguió un método y eso es lo que debe hacer un crítico. La crítica no es de ningún modo un contenido: es una forma, una técnica. Ahora podría entrar el tercer término: la academia.
La academia, dicha así, Universidad, parece un resabio escolástico, pero por suerte hace bastante no lo es. No es un lugar del dogma, sino del pensamiento libre. Cursé casi veinte materias en la Facultad de Humanidades, tuve (sólo contando al área Letras), más de veinte profesores distintos, cada cual con su visión particular de la literatura, de su lugar en la sociedad, del trabajo del investigador y del crítico. Algunos abordan la disciplina desde los estudios culturales, otros desde el estudio de género, otros desde un punto de vista marcadamente formalista, los hay más postestructuralistas, mezclas variadas. Charlar con esas personas (muchas veces desde algo parecido a la amistad), oírlos dar clases, leer a sus referentes, intervenir, crea un perfil. Por otra parte, he asistido a decenas de presentaciones, charlas, clases, cursos, encuentros; he leído gran parte de los críticos y teóricos fundamentales y a muchos de los grandes escritores. Siempre con una postura que intenta ser crítica (en esto, creo, hay consenso en la facultad), que no se ampara en autoridades, que busca ser personal y propia, siempre con la conciencia, sin embargo, que otros han estudiado más y que a ellos hay que consultar no como Profetas, sino como guías. En base a esto se puede pensar que la facultad es un ámbito (no el único, es cierto) especializado. La ciudad letrada, que se cita demasiado, es la que surge del dogma: la palabra de Dios y deriva (gracias a los aportes que empiezan en el medioevo y se profundizan en el renacimiento, pero que vienen de los griegos) en la búsqueda de la pluralidad. La ciudad letrada se construye hoy en una yuxtaposición de letras y por eso la crítica lleva firma y la Biblia no.
III
El diccionario de la RAE da varias acepciones a la palabra original, entre las que me interesan cuatro: 1. adj. Perteneciente o relativo al origen. 2. adj. Dicho de una obra científica, artística, literaria o de cualquier otro género: Que resulta de la inventiva de su autor. 6. adj. Que tiene, en sí o en sus obras o comportamiento, carácter de novedad. 7. m. Objeto, frecuentemente artístico, que sirve de modelo para hacer otro u otros iguales a él.
Si vamos a la mera etimología, el concepto de originalidad proviene de “origen”. Hasta cierta época, ser original consistía en ser respetuoso, en deberse a los orígenes. Digamos: ser original era imitar. La imitación en el arte, y sólo me referiré a la literatura, produjo algunas de las mejores obras que existen. En una misma cadena se puede encontrar, por decir algo, a la Ilíada, la Eneida, la Divina Comedia y los Cantos Pisanos, que abarcan más de dos mil quinientos años de cultura. A ese deberse al pasado se llamó ser original. Sin embargo, y a partir del romanticismo, pensamos la originalidad como la expresión inédita de una personalidad, es decir: de una subjetividad. El genio romántico se expresa y su expresión es original, que supone a la vez novedad y cierta distinción de lo vulgar. Esto, por supuesto, existía antes: la busca de lo nuevo y lo selecto acompaña gran parte de las más importantes obras de arte de la historia, que nunca llegan, sin embargo, a la audacia de las vanguardias artísticas de principios del siglo XX, que se edifican en base a la ruptura sistemática de reglas. Por supuesto que ser original no es posible es una idea poco original, “No hay nada nuevo bajo el sol”, dice ya el Eclesiastés. Entonces, ¿se puede exigir originalidad a una obra artística? Si, pero antes es quizá necesario aclarar el concepto. Como muchas de «mis» ideas, la de originalidad parte de Borges. Es sabido que Borges, como toda persona reflexiva, descreía de la originalidad y, en todo caso, no creía que fuera una cualidad positiva. Él hablaba, sin embargo, de “nueva entonación”. Si he dicho que algo no es original, a eso me refería: a que no vi allí una entonación nueva. Si me toca descreer de la “ignorante superstición de la originalidad”, no pretenderé por eso dejar decirme por otros. Buscaré (aun consciente de la imposibilidad) hablar por mi mismo.