Cuando la toma de Gorizia, cayó prisionero, y con la razón conturbada, un Oficial del Regimiento 87, 4.° Batallón, del ejército austríaco. Este oficial llevaba en el bolsillo un cuaderno de memorias, un «diario psicológico», donde había anotado sus impresiones de la vida de campamentos y trincheras, durante el mes anterior a aquel memorable hecho de armas. Del teatro de la guerra pasó ese cuaderno, —hasta hoy desconocido para el público—, a ciertos círculos intelectuales de Turín.
Debo a la buena amistad del señor Camilo Ferrúa, el conocimiento de ese curioso manuscrito, que con su autorización ofrezco, brevemente comentado, a los lectores de Caras y Caretas. Es, según se decía en tiempos del naturalismo, un admirable «documento humano», una confesión enteramente libre de artificios, donde un hombre sin notoriedad, ni extraordinaria condición alguna, tal vez sin gran iniciación literaria, pero, sobre toda duda, dotado de eficaz instinto de expresión, descubre el fondo de su pensamiento, con la ingenuidad y el abandono de quien habla para sí mismo, y deja así poderosamente reflejada la imagen de su personalidad, que interesa como todo lo que tiene el sabor de la verdad humana; acertando no pocas veces con la frase penetrante, segura, insustituible, como estampada por el agua fuerte sobre lámina de acero.
En el taller de Leopoldo Bistolfi, rodeados de formas estatuarias que hablan «del dolor y la muerte», leíamos estas páginas, también de muerte y de dolor, y el grande artista señalaba atinadamente, en el transcurso de ellas, relámpagos del humour heiniano.— Explicables respetos me obligan, y es lástima, a suprimir o atenuar, en la traducción, palabras de brutal crudeza, toques de realismo feroz, que contribuyen a la cruel energía del original.
Comienza el despreocupado psicólogo repartiendo sus dardos entre ambos campos enemigos:
«15 de Julio.— Los italianos cantan mientras huelgan. ¿Cantan para darse coraje o porque se sienten coristas de opereta hasta en presencia de la muerte?»
A renglón seguido de esta ironía para la parte de acá, vuelve su arco del lado de Germania, y dispara irreverentemente sobre el olímpico Júpiter de Weimar:
«18 de Julio.— Se dice que el pobre Oin se ha suicidado. Tal vez se ha suicidado de miedo. «Será enterrado en la bocacalle aquel que se dé la muerte por su mano», dice Heine. ¡Ah, los alemanes tienen un sólo gran poeta, que es Heine, pero no lo quieren reconocer por suyo! ¿Quién me objeta con Goethe? Ciertamente, Goethe era tudesco, ¿pero acaso era Goethe poeta?… Suele decirse que también era filósofo. ¡Muchas gracias! Porque puso en rima las más sublimes tonterías, era poeta; porque no hay diablo que le entienda, era filósofo… ¡Cuánta más poesía no encierran las estancias de nuestro pobre Wilssen (?) que todas las páginas del «Fausto»?
La apuntación que sigue es interesante para comprender el estado de alma de este infortunado dentro de la guerra que le arrebata sin llegar a mover su voluntad:
«20 de Julio.— Hoy se ha conmemorado el aniversario de Lissa. ¡Je m’en fische! (Traduzco por esa frase francesa la expresión, mucho más ruda, del original). Ocasión para misas campales y discursos patrióticos… El capellán ha dicho hoy tantas misas que ha de haberse embriagado de la sangre de Cristo… Banquetes, brindis, vino espumante, triples vivas… No hay duda: ¡una estupenda cosa el patriotismo! ¿Se me reprobará que yo no lo sienta?
Perdón: yo nací eslavo, pasé la infancia en Viena, la adolescencia en Budapest, tres años en Suiza, seis en París… Dígaseme en conciencia si un pobre diablo como yo, que ni siquiera sabe lo que es, puede sentir sinceramente el patriotismo austríaco!»
Vienen después dos notas humorísticas que parecen de Heine, y tras ellas una pincelada de realidad guerrera, de esas que mueven en la imaginación el asco del heroísmo y la gloria:
«21 de Julio.— Hoy el mayor me ha presentado sus felicitaciones. Parece que me he portado como un héroe frente al enemigo; que recibiré una medalla por mi valor, etcétera. (¡Y qué mal le olía la boca mientras me decía todo esto!) Cuando afirma que yo tengo valor prueba ser un asno. Una cosa es tener valor y otra no tener miedo. Yo no poseo más que la cualidad negativa. Pero sería
pretender demasiado, exigir que un mayor sea al mismo tiempo un psicólogo. Basta con que sea un etnólogo.
«22 de Julio.— ¡Hora trágica! Y, sin embargo, es necesario que ría. Un casco de granada ha mutilado de la peor manera a mi asistente. ¡Desventurado inválido que, a diferencia de los otros, no podrá enseñar sus gloriosas heridas a las muchachas de su aldea!
«25 de Julio. — ¡Hora trágica! El cansancio me había rendido al sueño. Me desperté de súbito, y no por el estampido del cañón. Es que sentía resbalar por las mejillas una substancia blanda, caliente, que me rozaba los labios… ¡Oh, Dios mío! Eran los sesos de un pobre cabo que yacía a corto trecho de mí, con la cabeza hecha pedazos… ¡Nunca más me libraré en la vida de esta
horrible impresión!»
No es menos crudo y enérgico el color de las notas siguientes:
«28 de Julio .—He dormido tres días: me siento mejor. Por la noche, salimos a las trincheras. No hay nada que pueda dar idea del hedor de los montones de cadáveres. Se abre la boca para llevar a ella un bocado, y se paladea el aliento hediondo de la muerte. Cerca de mí veo un cuerpo humano destrozado, cuyo negro hígado hierve de gusanos. Voraces moscas vuelan del hígado a la cara. ¡Qué repugnante, qué asqueroso es esto!»
«30 de Julio.— No es ciertamente una diversión estar en las trincheras bajo el fuego terrible de los italianos. ¡Pródigos como grandes señores estos bellos tipos! Derrochan insensatamente sus municiones, y les pasará al fin como a los franceses y a los rusos. Lo cual me tiene sin cuidado. En cambio, me importa mucho el espectáculo que se desenvuelve a mi alrededor. Cabezas, mochilas, piernas, brazos, y pelotones de tierra, palos de las carpas, descuajadas vísceras: todo volando en confusión por el aire. Es una batahola como si el mundo volviera nuevamente al caos. ¡No se puede negar que vale la pena de llegar a estos extremos por la posesión de unas cuantas
rocas del Carso!»
Aprecíese la intención vengadora de esta apelación a la piedad maternal.
«31 de Julio.—Noche terrible. Quisiera estar ya muerto. Creo que es mejor conclusión morir que perder el juicio. Pienso en los pintores de batallas, y pregunto cuál sería el poeta capaz de poner en bellas rimas estos vientres destripados, estos pingajos de carne, estos torsos semideshechos, estos lodazales de sangre, estos sesos fuera de su cráneo… ¡Cuánto daría por traer aquí una madre que tenga un hijo en la guerra!… ¡Ah, si las madres vieran esto, yo digo que al cabo de una semana no quedarían en ninguna parte del mundo reyes, emperadores ni generales! Pero las infelices se imaginan, allá en su casa, que los heridos son cuidadosamente puestos en cura, y que a los muertos se les entierra con un crucifijo entre las manos…
«¡Vivir en este horror y en esta podredumbre! ¡Y luego, aquel sabor de los sesos del cabo, en los labios!… ¡Dios mío, cuando recuerdo esto me parece enloquecer!»
Líneas más abajo:
«31 de Julio.— Si un Dios de lo alto viese los torrentes de sangre que corren en las trincheras, diría que la madre Naturaleza paga su tributo periódico »
Los primeros asomos del transtorno mental alternan con curiosos rasgos de observación y de ironía en lo que ahora va a leerse.
«12 de Agosto.— El médico opina que no es cosa de descuidar esto que tengo. Yo estoy mal, muy mal, sin duda. Dicen que deliro de noche. El alimento me da náuseas. ¡Siento en todo lo que como el sabor de los sesos de! cabo!
3 de Agosto.— Se me concederá licencia por cuatro semanas. Esto es preferible a todas las medallas del mundo. Hoy, acompañado de Mollner, fui al pueblo a visitar una muchacha. Difícil es hallar una armonía de formas como la de esta Gilda. Ni una línea de más, ni una de menos. La Venus yacente de Velázquez no es más bella. Yo prefiero lo macizo y rotundo, a la manera de la Margarita de Gorizia.
«6 de Agosto.— ¡Hoy he visto a los soldados de la Landsturn con fusiles Mendel, y no podría expresar la cómica impresión que me ha causado el aspecto de la bayoneta aplicada a ese fusil! Es verdad que los italianos usan todavía la lanza, pero lo antiguo no es ridículo; lo «fuera de moda», sí. A nadie se le ocurrirá reírse delante de un caballero con plena armadura de la Edad
Media; pero todos se reirían de un ciudadano particular que se pusiera frac… y pantalón a cuadros.
«7 de Agosto.— Lloraría de este horrible dolor de cabeza. Para quien ha danzado en las trincheras la danza de la muerte, sólo queda abierto un camino: el del hospital de locos.
«—¿El general X… en Tarvis? Si queda mucho tiempo fuera de su casa, corre peligro de ser padre otra vez.
«11 de Agosto.— Ayer he tenido fiebre. Me siento muy sin fuerzas. Estoy solo, contemplando la puesta del sol. Los cipreses del huerto se tiñen de púrpura y de oro. Parece que una cosa dura como el acero hubiera chocado con mi alma y la hubiera roto en pedazos… Veo desde aquí la hortelana que baja a recoger el agua y luego la vierte en la pileta para que la beban los bueyes. Hace como la guerra, que saca a los hombres de su casa y los vuelca en las trincheras para que la muerte se los trague… No concibo cosa más estúpida que esta guerra de medio mundo contra el otro medio, tanto más cuanto que creo que después de ella las cosas quedarán, poco más o menos, como antes. ¡Ah, el cuerpo muerto de Luis XVI está esperando a sus colegas, y si tuviera la cabeza pegada al tronco se reiría!»
Quedan algunas páginas de tectura difícil, por lo apagado y borroso de la letra. ¿No hay un vivo interés humano, un caluroso aliento de verdad y de expresión en el soliloquio escrito de esa infortunada alma anónima, de ese pobre forzado de la guerra, a quien el huracán de odios que le arrastra lleva, de la ironía de su indiferencia antipatriótica al horror y el espanto de la locura? ¿No percibís frecuentemente, al través de su divagar desaliñado y febril, algo como la repercusión de ecos dispersos y flotantes que vienen de lo hondo del sentimiento colectivo, de la conciencia profunda de la humanidad, y que, acaso un día cercano, han de reunirse y rebosar en un inmenso clamor?… La parte más interesante, —si bien rara vez lograda—, de la historia, no es la que se escribe con el pensamiento puesto en el juicio de los otros, aunque estos «otros» sean la posteridad. Es, o sería, la de las confesiones personales que actores y espectadores escribiesen con la absoluta sinceridad del testimonio íntimo y sin pensar que existen en el mundo imprenta y literatura. ¡Cuántas «impresiones» como esas que la casualidad ha puesto en mis manos podrían recogerse en cartas que se perderán para siempre ignoradas, en «diarios íntimos» que se rasgarán cuando haya pasado la situación de ánimo a que sirvieron de expansión y consuelo! ¡Cuántas más quedarán sin signo escrito y sólo sobrevivirán precariamente a favor de la tradición doméstica! ¡Y qué preciosa luz derramaría un archivo de esos humildes e ingenuos «documentos humanos», para el hombre del porvenir que se proponga desentrañar la realidad oculta en el fondo de este momento extraordinario de la historia del mundo!
«Un documento humano», uno de los artículos que conformaron El viaje a Paros, de José Enrique Rodó, fechado en Turín en diciembre de 1916.