El espejo secreto: sobre «El gusano de seda», de Robert Galbraith

Reseña de El gusano de seda de Robert Galbraith (Barcelona: Salamandra, 2015) que salió en la diaria el 11 de agosto de 2015.


En abril de 2013 salió a la venta la primera novela de Robert Galbraith, un investigador de la policía militar británica que en 2003 devino empleado de una empresa de seguridad y, con The Cuckoo’s Calling, best seller internacional (a fines de su año de edición ya contaba con su versión en español, El canto del cuco). Claro que detrás del novel autor está J. K. Rowling, que bajo seudónimo (para desligarse de toda vinculación con el mundo mágico y adolescente de su mayor éxito, la saga de Harry Potter), comenzó una nueva serie de novelas, esta vez protagonizadas por Cormoran Strike, ex combatiente en la guerra de Afganistán, detective privado e hijo de la estrella de rock Jonny Rokeby y su asistente, Robin y cuya tercer entrega, Career of Evil, está programada para octubre de este año.

El gusano de seda, segunda novela de la saga, abre con un epígrafe de Thomas Dekker, dramaturgo del período jacobino (para mayor claridad, contemporáneo, aunque un poco menor, de Shakespeare). Cada capítulo irá pasando por una larga lista de autores y obras de lo que fuera la época más fértil del teatro inglés (y, acaso, mundial). Se establecen dos líneas, entonces, de interpretación. Por un lado las citas, paratextuales, miran al margen la trama, son un comentario, un anticipo o una humorada en referencia a lo que sucede capítulo a capítulo. Por otro, al ser algunas de ellas comentadas largamente por los personajes (varios de los cuales son estudiosos de las llamadas “obras de venganza” del siglo XVII), las citas establecen un diálogo más poderoso y actúan como verdaderas disparadoras de la acción, esclareciendo a menudo hechos, precipitando otros, ofreciendo pistas para la resolución de un truculento crimen que tiene como centro una novela.

El malhadado novelista Owen Quine (habría que ver si la reminiscencia de su apellido con el borgeano Herbert Quain es intencional o accidente) ha desaparecido poco después de dar a su agente su última (y provocativa) novela. En ella, intitulada Bombyx mori (nombre científico del gusano de seda) aparecen gran parte de los amigos y rivales del resentido escritor, presentados en una horrible alegoría del fracaso. Con escenas bestiales plagadas de una sexualidad retorcida y una violencia sádica, es natural que la impublicable obra se convierta en tabú en el mundillo editorial. En este marco Leonora, esposa del escritor, solicita a Strike su ayuda en la búsqueda de su marido. La trama, que parece sencilla a simple vista, se va enroscando y volviendo peligrosamente atractiva y enojosamente complicada para el detective, que termina por comprometerse de lleno en la investigación. Junto con el intertexto que se establece con las citas y epígrafes (deben agregarse menciones a Catulo y al complejo viaje religioso que es el clásico El progreso del peregrino, de John Bunyan), el gran texto que corre paralelo a la novela es la propia obra de Quine, hómonima y misteriosa, profusa en símbolos y sangre. Así, junto con las otras novelas y las ficciones de su congéneres, se establece un entramado denso de comentarios, de los entresijos del mundillo literario, tan dable a la traición, a la venganza y al escarnio. Esto hace que la novela avance a la vez por varios carriles, y puede ser, tal vez, su principal debilidad. La dispersión que provocan las largas parrafadas metaliterarias, los elaborados (y no tanto) witticisms de Galbraith; sus retratos detallados de la decadente comunidad librera londinense (un retrato realista, poblado de personajes de nombre y moral dickensianos); sus abandonos habituales a un sentimentalismo impuesto, pueden alejar o capturar a los lectores. De una prosa simple y pulida, ni escueta ni genial, referencial, la novela se mueve con vigor y desenvoltura, dejando imágenes que impactan por su fuerza y dramatismo, mejor cuando describe personas que situaciones, mejor cuando se detiene en nombrar, en caracterizar personajes, en darles vida auténtica a través de una detallada pintura de su aspecto físico, de su ropa, su voz y sus gestos, que cuando expresa el horror, lo abyecto y lo prohibido de la conciencia humana.

El gusano de seda es una novela que atrapa, que divierte, que sorprende. Sorprende por el equilibrio que logra entre lo que pretende y lo que logra, no por la destreza literaria de su autor, ni por su competencia como narrador; tampoco por la trama, con algunos descuidos pero mayormente elaborada al detalle en base a espejos y espejismos de nombres e identidades, de libros que se reflejan y se niegan, de dobles que se buscan, de opuestos que se vuelven uno, a laberintos de palabras que nos pierden en la etimología y el devaneo de las connotaciones puras, no sorprende por la imaginación descarnada y florida de Robert Galbraith, que, después de todo, no deja de ser Rowling con disfraz. En la novela negra encontró, tal vez, Rowling la forma de dejar atrás las aventuras inocentes y maravillosas de su creación más reconocida, en Robert Galbraith (como John Banville en Benjamin Black, por otras razones y con otros resultados) encontró tal vez un descanso, una oportunidad de ser otro, ese oscuro deseo que se esconde en cada escritor y en cada asesino.

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