Hace unos años empecé a escribir algunos poemas teniendo como referencia varios cuadros de Edward Hopper y «Las ventanas de Hopper», un ensayo de Antonio Muñoz Molina compilado en el libro El realismo de Fernando Calvo Serraller. El resultado, que se llamó Visiones de Josephine (1883-1968), fue luego publicado por Patricia Damiano en su blog. Ahora traduzco Edward Hopper’s Nighthawks, 1942, un hermoso poema de Joyce Carol Oates que apareció por primera vez en el libro de Edward Hirsch de 1994 Transforming Vision: Writers on Art y que es muy interesante leer junto al ensayo Nighthawk: Recollections of a Lost Time.
Los tres hombres están completamente vestidos, de manga larga,
e incluso tienen puestos los sombreros aunque están en el interior,
todo está brillantemente iluminado,
y hay una mujer. La mujer lleva puesto
un vestido rojo de mangas cortas, cortado para exponer sus brazos,una curva de sus pecho color crema; está contemplando
un cigarro en su mano derecha, pensando que
su compañero ha dejado por fin a su mujer pero
¿puede confiar en él? Sus pesados párpados,
su sensual boca pintada, tiene la auténtica lividez
de una pelirroja, como leche descremada, peligrosamente bella
y supone que lo sabe pero ¿exactamente qué
la ha traído tan lejos, y dónde? —él empezará
a sentirse culpable en un par de días, conoce
los signos y el olor verdadero: sudoroso, rancio, como
a medias sucias; se escabullirá para hacer llamadas telefónicas
y ella jura que no va a pasar por todo eso
otra vez, que no va a quebrarse y llorar o rogarle
ni le va a gritar, está harta
de todo eso. Y él está silencioso a su lado,
no es un hombre como para hablar demasiado, pero está pensando
que gracias a Dios hizo esa buena jugada al fin,
está un poco aturdido como un hombre en un sueño—
¿esto es un sueño?—sí, considerando que es ancho, está quieto,
mudo, horizontal, y el hombre del mostrador de blanco,
detenido como él y sin moverse, y el hombre
en la otra silla sin moverse salvo para sorber
su café; pero se siente bastante bien,
sobre todo aliviado, esta vez está completamente seguro
de que va a funcionar, se lo debe a ella
y a sí mismo, por el amor de Dios. Y ella está pensando
la luz es demasiado brillante, probablemente
no demasiado halagadora, odia cuando su lápiz labial
se le gasta y el maquillaje se apelmaza, le gustaría
ir al baño de mujeres pero no hay uno
y sabe Dios cuánto falta para que abra una estación de servicio—
es la mitad de la noche y tiene el presentimiento
de que el tiempo no va a moverse. Esta vez
sin embargo, no va a rebajarse—
él empieza a hablar de su esposa, sus hijos, cómo
los decepcionó, cómo ellos confiaron en él y él
los decepcionó, y ella saldrá dando un golpe del maldito cuarto
y si él le dice Mi amor o Nena con esa voz,
pasando sus manos sobre ella como si tuviera el derecho,
le dará una cachetada, Sabés que odio eso: ¡Pará!
Y el va a parar. Más le vale. Cuanto más furiosa
se pone, más quieta está, no ha dicho una palabra
en diez minutos, ni siquiera uno de sus cabellos
se mueve, y huelen un poco como a ceniza
o a la henna que usa para aclararlos, pero
el olor es débil o lo que sea, con lo loco que él
está por ella no se da cuenta o no le importa—
enterrando su cara caliente en su cuello, entre sus pechos
fríos, o sus piernas—en cualquier lugar en que ella lo acepte
o en cualquier momento. Ella sigue contemplando
el cigarro ardiendo en su mano,
el del mostrador sigue detenido mirándola
boquiabierto, y no le importa, ¿por qué no?
siempre y cuando ella no le devuelva la mirada, de hecho
el está pensando que es el hombre más afortunado del mundo
así que ¿por qué no es más feliz?