Hace tres años, para una clase sobre Blue Velvet, preparé un material que reunía las principales influencias de David Lynch. Hoy lo revisito y le agrego algunas definiciones sobre el estilo de una de las principales figuras del cine actual.
“I was peering in through the picture window / It was a heartwarming tableau like a Norman Rockwell painting / Until I zoomed in” canta Vic Chesnutt en su última canción. Y, desde Dark Night of the Soul (un disco de Danger Mouse y Sparklehorse en el que Lynch participó muy activamente), propone una definición definitiva de lo Lynchiano.
“Estaba husmeando a través del ventanal / Era una imagen reconfortante como un cuadro de Norman Rockwell / Hasta que hice zoom”. Eso, si algo es, es lo Lynchiano. Lo que en la superficie parece apacible, casi de postal de Hallmark: los cachetitos sonrojados de los niños, una pareja de novios (ella tan rubia), un perro que cuida amorosamente su hogar. Todo lo que una moral guarda y todo lo que la ropa no puede contener y se desborda como el río que rompe una presa en la naturaleza desatada de los espectros nocturnos. El diner, como vio Edward Hopper bastante tempranamente, esconde toda la soledad, el aislamiento del sujeto lanzado al mundo moderno, a la interacción con nada.
El cine de Lynch hace una marca con la uña en la pintura del auto flamante y saca lo pesadillesco de lo cotidiano, explora el alma en un ejercicio casi de exorcismo. Saca las vendas, abre la herida, hurga como Tomás el Apóstol. Maneja esa distancia, juega el juego de las apariencias que aprendió de Hitchcock, que es el del noir, de esa corteza que se quiebra para que irrumpa la podredumbre del mundo, de seres amorales y grotescos que deciden los destinos desde lo subterráneo (o, ¿por qué no?, lo subcutáneo). Pero Lynch no es un moralista, no dice nada. Su cámara se limita a mostrar, a escarbar, a dejarnos con el estómago revuelto y callar ante las imágenes hechas de música, ruidos, colores y palabras.
“Una definición académica de lo Lynchiano”, sostiene David Foster Wallace en un famoso artículo, “podría ser que el término ‘refiere a una clase particular de ironía en la que lo muy macabro y lo muy mundano se combinan de tal manera que revelan la perpetua inclusión de lo primero dentro de lo último.’ Pero como posmoderno o pornográfico, Lynchiano es una de esas palabras del tipo Potter Stewart que en última instancia sólo es definible en forma ostensible —es decir, lo sabemos cuando lo vemos.” De este modo se puede, simplemente, dejar a las imágenes decir.
Para comprenderlo mejor entonces, vale ver algunos ejemplos comparativos entre fotogramas de su película más clásica, Blue Velvet, con algunas pinturas que han sido una referencia ineludible o que, al menos, posibilitan una lectura profunda y seria de los niveles de creación de Lynch. Es interesante entonces revisitar estas referencias y su utilización por parte del director para crear los distintos espacios narrativos, tanto los ambientes violentos y extraños que rodean a Frank y a Dorothy (no en vano Dorothy) como los escenarios cincuentosos y los paisajes nocturnos en los que deambulan Jeffrey y la inocente figura de Sandy.




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