En cuanto a las traducciones de la obra de William Shakespeare, en nuestro país el precursor es Antonio Pereira (1838-1906). Hijo del presidente Gabriel Pereira, entre 1891 y 1894 tradujo, en sus palabras como “un aficionado”, Romeo y Julieta, Hamlet, Julio César y El rey Lear. Luego de este temprano antecedente habría que esperar hasta los años cuarenta para que Eduardo Dieste (1881-1954), tío del ingeniero, tradujera veintiún sonetos del bardo inglés.
Por otra parte, en 1964 Tabaré Freire (1918-1979) publica su traducción de Macbeth y, en colaboración con Emir Rodríguez Monegal, Idea Vilariño traduce Hamlet para su interpretación en el Teatro Odeón. A partir de ahí comenzará una serie que, siempre por encargos editoriales o de compañías teatrales, la llevará a traducir Antonio y Cleopatra, Sueño de una noche de verano, Medida por medida, Macbeth, Rey Lear, Julio César, La Tempestad, una nueva versión de Hamlet y la introducción y los capítulos dedicados a esta obra y a Macbeth del clásico Shakespearean Tragedy de Andrew C. Bradley. De fines de los sesenta son, por su parte, las traducciones de Enrique Fierro de Como gustéis y de algunas escenas de Romeo y Julieta, ambas realizadas para su estudio en secundaria.
En 1999 la editorial Norma encargó al novelista y traductor argentino Marcelo Cohen la colección “Shakespeare por escritores”, que reuniría autores contemporáneos de habla hispana con el fin de traducir, por primera vez desde que Luis Astrana Marín lo hiciera en 1929, las Obras Completas de Shakespeare al castellano. Cinco uruguayos fueron requeridos para esa colección.
Idea Vilariño fue invitada, pero declinó. No así Roberto Appratto, que tradujo las tres partes de Enrique VI, Roberto Echavarren, que lo hizo con Troilo y Crésida, Amir Hamed, que por primera vez vertió al español la obra Dos parientes de la misma sangre (de Shakespeare en colaboración con John Fletcher) y Circe Maia, a quien le tocó Medida por medida.
Como parte del evento AntiRequiem x Cervantes y Shakespeare que se realizó el 23 de abril de 2016 en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (UdelaR) tomé un fragmento de esta última obra, en el que Maia se fija especialmente en un ensayo recogido en su libro La casa de polvo sumeria y contrasté brevemente su traducción y la de Vilariño, realizada en 1977 para ser representada en el Teatro Circular de Montevideo bajo la dirección de Omar Grasso (también se representó abreviada por el director en el Teatro Regina de Buenos Aires en 1991) y que pasó a formar parte en el año 2000 de la colección de la editorial Losada.
El episodio se encuentra en la primera escena del tercer acto. Estamos en Viena y Angelo, el duque interino, pretende condenar a muerte a Claudio por fornicación. Dueña de esa información, su hermana Isabella, que es novicia, intentará interceder para salvarlo. Tras una reunión de intenso dramatismo, Angelo acepta dar la amnistía con una condición: que Isabella se acueste con él.
En eso estamos cuando comienza el acto III. La virtuosa Isabella va a visitar a su hermano para aconsejarle que se prepare para morir y, aunque al principio Claudio parece desdeñar la vida (siguiendo las palabras del Duque), finalmente, en uno de los fragmentos más bellos de Shakespeare, explica que una vida horrible es preferible a la muerte.