Un día de estos decidí oír, de manera cronológica (según su fecha de lanzamiento) los discos negros del 2016.
Blackstar de David Bowie. Quise demorar la escucha de este disco por el puro placer de procrastinar y me duró un día; entonces entré en él y no pude salir. Poco después Bowie moría cruzado de líneas, misterios peligrosos y punzantes, como un círculo quemado en el trigo. El llamado de auxilio o la ironía a la Wilde de «Life of Mars?», con una contundencia hiriente, en un uso de las palabras que maravilla al arte, que lo deja transido y estático, con los ritmos que se superponen, las roturas en la trama, el lirismo extraterrestre. Me pasé el año pensando en estas canciones, buscándole la vuelta a «Girl Loves Me», armando las formas de la estrella, sacándole brillo a ese espejo.
Post Pop Depression de Iggy Pop. Sumisión, dominación. A medida que las palabras se dejan en la voz o en el papel o en la pantalla, se van llamando, congregándose en torno a un fuego de música que se encendió en otras décadas y que arde ahora todavía. Esa sensación de dejarse el cuerpo en una estrofa, de alimentar sentidos con canciones de amor, con himnos («Paraguay») que sitúen el espectro del mundo y lo lleven y lo moldeen. Es el despertarse de la noche, el ruido en la escalera, un miedo sordo del sexo, de la necesidad de expandirse y ser todo de carne, brillante de transpiración y purpurina como en la escena mítica del film. Pop ronronea acá para ahuyentar, para aplazar el fin.
HOPELESSNESS de ANHONI. ¿Hay que bailar ante la destrucción? ¿Será que esa voz nos convoca a una dispersión en la danza, como esa cara que deja de ser y ese nombre (Antony) que pierde la aspereza? Pero las palabras, atrás de todo (o en primer lugar) expresan la profunda soledad y en los versos simples del pop y de la canción de protesta nos enfrentan y nos buscan, detienen el movimiento como en un instante ciego en el que el mundo se cubre de lamentos pero a la vez de potencia concentrada. La ruina, entonces, se sostiene como elemento en sí mismo, como base y fundación de una identidad nueva, futura.
Skeleton Tree de Nick Cave & The Bad Seeds. Un pájaro o la idea de un pájaro. La muerte del hijo como exterminio del futuro, una visión del arte como exorcismo, como habla de cadáveres, como el sustrato de lo que permanece (bolsas, archipiélagos, insectos muertos). Es Ícaro que mancha los acantilados, es Dédalo que en la desolación pide a la voz el sentido, un orden, el íntimo regreso de los barcos. Si era el fin del mundo, o una elegía por los tiempos («Higgs Boson Blues», en el disco anterior), ahora está la deformación del gesto en ruido y señales de esperanza de navegante, del ruido de las ramas contra la ventana y el brillo inquietante de la muerte suspendida es la imagen final de la belleza.
You Want it Darker de Leonard Cohen. Vamos llegando al final, afrontando un espacio de memoria que se clausura, que exige una religión nueva, nuevos dioses para hombres nuevos. Cohen canta con un coro en hebreo, despliega una oportunidad que crece ante nosotros, como si al apagar todo se encendiera algo, como si esa apertura fuera una señal de pasar, de atravesar mundos y alcanzar un absoluto estético y humano más allá de la inmediatez del sentido referencial de esas palabras que se van diciendo como solas, como un pergamino que se desenrolla mientras cae por la escalera que soñó Jacob.
Deja una respuesta