Fue un año en que leí poca poesía nueva, pero pude releer tres libros que por distintas vías encontraron reediciones y que marcan puntos claves de tres de las voces más interesantes de la actualidad.
The Espresso Between Sleep and Wakefulness / El expreso entre el sueño y la vigilia, de Roberto Echavarren (Montevideo: Fundación Nancy Bacelo, 2009; Phoenix: Cardboard House Press, 2016). Esta edición bilingüe es un manifiesto sobre la traducción y sobre la poesía. La esencia de las palabras, de la forma, de la construcción meditada y fulgurante de los sentidos y los ritmos. Hay una crudeza que entra inmediatamente en discusión acalorada con los recursos barrocos que han abierto la posibilidad de una sobrevida a la poesía en español. Así, Echavarren pone la vista sobre las palabras y la cosa más de cualquier día suena a hallazgo, la rareza se funde en un lenguaje total, el intertexto sublima sus bordes en el entramado de los versos serpentinos y se pierde en una lengua poética que todo lo devora. En la imaginería del libro, que se lee a la doble la luz de la brevedad del café sobre el platito y de la extensión de un tren que abre a Siberia de punta a punta, se sucede en realidad y en sueño, acompasadamente y sobre la cambiante escena de blancos y de negros (de días y de noches) una poesía como de vértigo y sorpresa que en dos idiomas se asienta en el terreno viscoso de la indefinición.
Actualización Ryan Greene tradujo la anti-reseña para el blog de Cardboard House Press.
Cólico miserere, de Gustavo Espinosa (Montevideo: Trilce, 2009; Montevideo: H editores, 2016). La mezcla grotesca en la imagen definitiva de feria o de vertedero, del reino privado de Macedonio Fernández, donde también las cosas sencillas (un mantel, el doblez de un pantalón) esconden un insondable misterio y una clave. Esa espiral en la que entramos, que nos apresa con sádica agilidad, con espontánea lucidez pronto se vuelve una progresión hacia lo absoluto. En esas palabras de lo inmundo, de lo claro y de lo santo que se empachan y se convidan, surge de pronto el momento inesperado, como un giro de inmediata pérdida de la lucidez (de la conciencia de la poesía). Hay un lenguaje que se perpetua y se busca porque sabe encontrar en lo difuso, en el momento de la pérdida y del desligue del mundo, en una chatura que eleva con montañas hechas de fragmentos, cristal, escombros, perlas y cables pelados. En la metáfora de un cable que por su inmediato contacto con otro chisporrotea en azules se juega la visión deslumbrante en apagones de esta poesía del fin de los tiempos.
Arenas movedizas, de Roberto Appratto (Montevideo: Yoea, 1995; reedición en Poesía 2 Montevideo: Yaugurú, 2016). Hay una idea de la ficción que sobrevuela la obra entera de Appratto, una fascinación de lo real, de la representación y de su juego equilibrado en lo que podemos llamar la creación de mundos. Ahí se configura un sujeto, el tarado, la mujer deseada en el recuerdo infantil (ese apellido sugestivo, Occhipinti, que seduce desde su enunciación, como Belladonna), cierto ambiente. La construcción, entonces, es de un espacio independiente de esta circunstancia, ajeno a este estado momentáneo de cosas y vivo en sí mismo. Por eso actúan con soltura inusitada a la vez el pastiche del policial (Agatha Christie), del cine como fragmentación de la imagen, de la memoria como museo poblado de instantáneas, de cuartos con ruidos, de pasillos de recuerdos y de gustos, del desenlace virtuoso o fallido de un encuentro, de la palidez de una mano captada en una vista rápida. Y sólo es así que se impone, como el saludo de un dandy, el gesto aristocrático de inventar un universo para nada, de levantar un imperio sobre el limo.