Casi desde el principio de mi breve experiencia como reseñista me vi metido (por otros o por mí) en debates, a veces auténticas peleas, sobre el oficio y las (adecuadas o deseables) formas de ejercerlo. Desde polémicas en torno a críticas mías o de otros hasta largas discusiones sobre el deber ser de la sección cultural de un diario en el siglo XXI; desde (por citar una fecha) el 25 de noviembre de 2014 hasta hoy, he estado pensando con y contra otros el tema, que por suerte he podido conversar largamente con muchos y muy variados amigos, profesores, compañeros de trabajo y, por supuesto, ilustres muertos.
En enero de este año se anunció que la narradora, ensayista y poeta canadiense Margaret Atwood sería reconocida con el Ivan Sandrof Lifetime Achievement Award, premio a la trayectoria que da el Círculo Nacional de Críticos Literarios (National Book Critics Circle) de Estados Unidos. A continuación traduzco su discurso de aceptación, que vuelve sobre uno de los temas más importantes de la Literatura y de las Humanidades en general.

Me siento muy honrada de recibir el National Book Critics Circle Ivan Sandrof Lifetime Achievement Award. Ciertamente me han ubicado entre algunos nombres muy augustos y estoy, de algún modo, asombrada.
Me gustaría también decir cuán importante es que ustedes —como críticos literarios— estén haciendo lo que hacen. Soy autora de ficción y de poesía, es cierto, pero también cumplí algún tiempo como crítica y debo decir que es una de las cosas más difíciles que he hecho como escritora. Una reseña de la obra de otro autor conlleva una gran responsabilidad, porque uno no puede —desafortunadamente— inventar cosas. La tarea de la ficción es ser plausible, pero la tarea de la crítica es ser precisa en los hechos, generosa en la apreciación, y considerada en el juicio. Un libro real está en juego, con una persona real anexada al otro lado —la mayoría de las veces— y todo autor sabe cuándo trabajo y ansiedad van en cada libro, en cualquier libro.
Siendo canadiense —y por eso más dada a pinchar globos— a veces he tenido que atarme las manos a la silla para evitar juegos de palabras tontos y chistes de mal gusto a expensas del autor. Puede ser una verdadera lucha para mí, y no siempre he ganado. A eso se le agrega que la crítica es una tarea ingrata. Los autores son seres sensibles; por lo tanto, todos los adjetivos positivos aplicados a ellos serán olvidados, pero cualquier ruidito de imperfección en su trabajo, aunque débil, va a afligirlos hasta el fin de los tiempos. «¿Consumado?» bramó una vez un escritor. «¿No sabés que ‘consumado’ es un insulto?» (Yo no lo sabía).
Hubo un período en la primera mitad de los años setenta —es decir, al principio de la segunda ola del feminismo— en el que no me daban para reseñar otra cosa que libros escritos por mujeres. ¿Por qué era así? ¿Miedo por parte de los hombres de ser reprimidos por no entender? ¿O por sacarse de encima la tarea dándole a alguien del segundo sexo los libros escritos por otras de este grupo, consideradas poco importantes? ¿Quién sabe?
Pero el tiempo pasó y se me permitió reseñar a hombres otra vez. Ayuda si están muertos —no pueden vengarse—, pero he reseñado a algunos vivos, también. ¿Por qué me esfuerzo en tan dolorosa tarea? Por la misma razón por la que dono sangre: todos tenemos que poner de nosotros, porque si nadie contribuye a esta noble empresa, entonces no habrá nada cuando más se la precise. Sangre, o reseñas de libros. O ambas, en el mismo paquete.
Y ahora mismo lo que ustedes hacen, como críticos, es muy necesario. Nunca la democracia americana se sintió tan desafiada. Nunca antes han habido tantos intentos —de tantos sitios distintos del espectro político— de acallar las voces de los otros, de oscurecer y confundir, de torcer y manipular, y de vilipendiar publicaciones confiables y honestas. Una dictadura se propone tres cosas para consolidar su poder: primero, erradicar la independencia judicial y sus agencias para el cumplimiento de la ley; segundo, controlar el ejército, que debería estar defendiendo a la gente, y volverlo su brazo armado; y tercero, cerrar los medios de información independientes y así silenciar todas las opiniones salvo las suyas.
Como críticos independientes son parte de la barrera que separa el control autoritario y la democracia plural y abierta. Esa barrera siempre es frágil, pero a algunas veces lo es más que otras. Sigan con su oficio o a veces taciturno arte, citando mal a Dylan Thomas. Persistan a pesar de las amenazas. Los lectores de todos lados les agradecerán. Bueno, no de todos lados, en realidad, porque todavía hay sitios en este plantea donde ser atrapado leyéndolos —o incluso leyéndome a mí— conlleva una pena severa. Espero que cada vez haya menos sitios así. (Pueden esperar sentados).
Pero yo guardaré con cariño este premio a mi trayectoria —aunque, como todas las bendiciones sublunares, sea confusa. ¿Por qué sólo tengo una vida? ¿Dónde se fue toda mi vida?
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