Disco Still Smiling, de Teho Teardo & Blixa Bargeld (Spècula Records, 2013)
Trabajando sobre el suspenso, sobre el detenimiento de un tiempo que se estira o se enfría o se deja ver en la cadencia de la voz y en los ritmos. En alemán, italiano, inglés, las palabras parecen pesar más por su sonoridad, por la belleza de su forma, que por lo que dicen verdaderamente. La voz lanza los versos, y así pasan ante nosotros, abriéndose desde una tiniebla. «Tutti noi vivremo per sempre / Sempre e in eterno / Potremo volare / Berremo miele, vino in miele / Ambrosia / A colazione mangeremo nuvole / Dormiremo a fondo sulla luna / Notte per notte», «Shakespeare is dort / Es wird mit verrotteten Lilien gedüngt». Música por momentos casi onírica, pesadillesca en otros, siempre como entre paréntesis.
Al final, todo parece ser, como en la canción, «a mistake in the translation».
Exposición Entre rostros y objetos, de William Rey Ashfield (Museo Nacional de Artes Visuales, del 17 de mayo al 30 de julio de 2017)
He pensado, a veces obsesivamente, en Rodó. Lo he visto como un personaje de Thomas Mann, perdido en la busca de la belleza, de un ideal que en el contexto nacional no puede ser sino grotesco, muriendo en Italia, lejos y absorto en algo que adivinaba. He visto su gesto ensimismado, completamente antinatural. Un gesto que es todo señal de una rigidez formal que tiene en su prosa algo así como una liberación, en el uso de la cita y de una noción de trascendencia que llega intacta hasta hoy.
En conmemoración de los cien años de su muerte, en el MNAV hay una muestra que promete sus objetos pero muestra fotografías, meras representaciones de esa silla, ese crucifijo que, copias de copias, están en otra parte (en el mundo de las ideas, diría tal vez Rodó). Son la captura de una imagen imposible, que desde su dificultad celebra, tal vez sin saberlo, lo indescifrable de esa cara que nos mira detrás de los lentes, en su escritorio abarrotado de libros, en un Uruguay que ya es otro.

Estoy leyendo Hag Seed, de Margaret Atwood (Londres: Hogarth, 2016)
Margaret Atwood, que ya había reescrito parte de la Odisea (The Penelopiad, 2005) se dedica esta vez a una de las obras más sugerentes de Shakespeare, en su aniversario 400, como parte de una colección de la mítica editorial Hogarth, creada hace cien años por Leonard y Virginia Woolf (que hoy, por supuesto, es propiedad del gigante multinacional Penguin). Fiel a su estilo, Atwood presenta a un director de teatro, Felix Phillips, que tras ser traicionado urde (muy ayudado por el destino) un complejo plan de venganza, que incluye una puesta en escena de The Tempest en un correccional.
El entramado, entonces, se abre con un preludio que termina en tiroteo y desde ahí, va al principio de las cosas. Teatro dentro del teatro, fantasmas, extravagancias y pirotecnia verbal. La canadiense arma un libro que es un homenaje sin caer nunca en el deslucido mármol, que tan mal le queda al creador de insultos más deslumbrante de la lengua inglesa.
Estoy viendo American Gods, de Bryan Fuller y Michael Green (Estados Unidos: Starz, 2017)
Cualquier cosa que involucre a Neil Gaiman tiene mi atención. Cualquier cosa que involucre a Bryan Fuller tiene mi doble atención. Si, además, involucra a Gillian Anderson, sé de antemano que va a ser difícil que me defraude, sobre todo si ella interpreta a Lucy Ricardo.
En una tradición que, para el gran público, inauguró Twin Peaks (cuya tercera temporada está por estrenarse) y que hace poco tuvo en Legion una continuación por momentos genial, American Gods se lanza de lleno a guiones entreverados, diálogos divertidos e inteligentes, efectos extraños, mundos fantásticos y personajes extravagantes y carismáticos. Y por ahora lo hace más que bien.
Quiero ver Visages, Villages, de Agnès Varda y JR (Francia, 2017)
Una película de Varda es siempre una celebración. Con ficciones memorables como Le Bonheur (1965), Les Créatures (1966), L’une chante, l’autre pas (1977) o Sans toit ni loi (1985) y bellísimos documentales como Daguerréotypes (1975), Ulysse (1982) y Les Dites cariatides (1984), su obra es una investigación sobre la memoria, la construcción de la identidad y el carácter inestable de las nociones de verdad, ficción y sujeto. Con Visages, Villages vuelve a sus intereses, de la mano del artista contemporáneo Jean René, y promete mucho.
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