Una tormenta perfecta: Margaret Atwood sobre «Hag-Seed»


Cuando alguien me hace esa pregunta inevitable, «¿Quién es tu autor favorito?», siempre digo «Shakespeare». Hay algunas buenas razones para eso. Primero, porque muchísimo de lo que sabemos de argumentos, personajes, el escenario, hadas e insultos creativos viene de Shakespeare. Segundo, porque si nombrás a un autor vivo, los otros autores vivos se van a enojar porque no fueron ellos, mientras que Shakespeare está convenientemente muerto.

En tercer lugar, porque Shakespeare se niega a ser encasillado. No sólo sabemos muy poco sobre lo que realmente pensaba, cómo se sentía y qué creía, sino que además las obras en sí mismas son inaprensibles. Justo cuando pensás que entendiste el sentido, tu interpretación se derrite como gelatina y te quedás rascándote la cabeza. Tal vez él sea profundo, muy profundo. O tal vez no tenía un editor de continuidad. Y Shakespeare nunca será invitado a un programa de televisión para que se explique a sí mismo, el muy suertudo.

Próspero usa sus artes —artes mágicas, artes de ilusión— no sólo por entretenimiento, aunque también hace algo de eso, sino con los propósitos de una mejoría moral y social.

Habiendo dicho esto, también debe decirse que Próspero juega a ser Dios. Si sucede que no estás de acuerdo con él —como Caliban—, lo llamarás tirano, como hace Caliban. Con un leve giro, Prospero será el Gran Inquisidor, torturando gente para su propio beneficio. Podrías llamarlo usurpador —le robó la isla a Caliban, como su propio hermano le había robado su ducado a él; y podrías llamarlo hechicero, como también lo denomina Caliban. Nosotros —la audiencia— estamos inclinados a darle el beneficio de la duda y verlo como un déspota benévolo. O a eso estamos inclinados la mayor parte del tiempo. Pero a Caliban no le falta perspicacia.

Agreguemos a eso el hecho de que la pérdida del ducado es bastante culpa del propio Próspero —que, como él mismo admite, descuidó su reino, al dedicarse a sus estudios de magia y delegar su poder a Antonio— y nos encontramos con un caballero ambiguo.

Lo primero que hice al empezar este proyecto fue volver a leer la obra. Entonces la leí otra vez. Luego me hice de todas las películas que pude encontrar y las vi. Y luego leí la obra una vez más.

Entonces sobrevinieron los usuales episodios de pánico y caos: ¿por qué había accedido tan tontamente a escribir un libro en esta serie? ¿Por qué había elegido La Tempestad? ¡Era realmente imposible! ¿Cuál era el equivalente actual de un mago abandonado en una isla por doce años con una hija ahora adolescente? No podías escribir simplemente eso: todas las islas se conocen, hay satélites, los hubieran rescatado con un helicóptero casi en seguida. ¿Y qué hay con el espíritu del aire volador? ¿Y la figura de Caliban?

Calma, calma, me dije. Volví a leer la obra, esta vez al revés. Las últimas tres palabras que dice Prospero son «Libérenme». ¿Pero liberarlo de qué? ¿En qué ha sido aprisionado?

Empecé contando las prisiones y encarcelamientos en el libro. Hay muchos. De hecho, cada uno de los personajes se ve encerrado en algún punto de la obra. Esto era sugestivo. La obra es sobre las ilusiones: la magia es la única arma que tiene Prospero. Y sobre venganza versus piedad, como muchas obras de Shakespeare. Pero también es sobre prisiones. Por eso decidí situar mi novela en una prisión.

Otras preguntas surgieron en seguida. ¿Es la isla de Prospero mágica en sí misma? ¿Cómo sugerir esa cualidad en una novela moderna? ¿Es la isla un lugar de juicio? Tal vez ambas.

Y los personajes: ¿es Prospero sabio y amable o es un viejo maniático e irascible? ¿Es Miranda dulce y pura o es una muchacha más astuta, más fuerte, que sabe sobre úteros y abusos y vilipendia a Caliban? ¿Es Caliban la personificación del Ello freudiano? ¿Es el Hombre Natural? ¿Es una víctima de la opresión colonial, como es frecuentemente interpretado en estos días? ¿Qué hay de sus intentos de violación? ¿Es malo por naturaleza? ¿Es la sombra oscura de Prospero? ¿Qué quiere decir Prospero cuando afirma sobre Caliban, al fin de la obra, «Esta cosa de oscuridad que acepto como mía»? ¿Y, por cierto, quién es el padre de Caliban?

La Tempestad es también un musical: tiene más canciones y bailes y música en cualquier otra obra de Shakespeare. El principal músico es Ariel, pero Caliban también tiene talentos musicales. Entonces incorporé muchos números de danza y canto en la novela.

Pero sobre todo, La Tempestad es una obra sobre un productor/director/dramaturgo montando una obra —a saber, la acción que se desarrolla en la isla, completa con efectos especiales— que contiene otra obra, la mascarada de las diosas. De todas las obras de Shakespeare, esta es la que más obviamente trata sobre obras, la dirección y la actuación.

¿Cómo hacer justicia a todos estos elementos en una novela moderna? Era un inmenso desafío.

Llamé a mi novela Hag-Seed, que es uno de los nombres utilizados por Prospero cuando está insultando a Caliban y Caliban lo está maldiciendo en respuesta. ¿Por qué llamarla tras Caliban en lugar de Prospero? No lo diré ahora, pero hay una razón.

Hag-Seed está situada en el año 2013, en Canadá, en una región más o menos cercana a un pueblo donde realmente hay un festival de Shakespeare. Abre con un video de La Tempestad que fue realizado en una prisión y es visto por una audiencia invisible dentro de los muros de la penitenciaría. Escena 1 del primer acto,  —la tempestad misma, con marineros corriendo como locos y a los gritos— es lo que se ve en la pantalla, cuando de pronto se oyen sonidos de un amotinamiento. ¡Están encerrados!

Corte a la historia de fondo. (Esto es lo que nos da Shakespeare en la escena 2 del primer acto). Doce años antes, Felix Phillips, director artístico del festival de teatro de Makeshiweg, fue apartado de su puesto por Tony, su mano derecha, y el amigo de Tony Sal O’Nally, un político. En La Tempestad, estos personajes son duques y reyes, pero en Canadá no hay sobrepoblación de esos. El equivalente más cercano a las intrigas palaciegas y al manejo de influencias y acuerdos a puertas cerradas se encuentra en el mundo de la política federal.

Felix ha estado viviendo en el exilio en un rancho en el campo, construido dentro de la ladera de una colina por colonos del siglo XIX —lo más cercano a la «cueva» o «celda» de Prospero que pude encontrar— modelado, incidentalmente, en base a un rancho que conozco bastante bien. Shakespeare no provee a Prospero de una letrina, pero yo me preocupé de que Felix tuviera una.

En la soledad, uno puede oír voces. Felix ha llegado a medio creer que el espíritu de su única y amada hija, Miranda —que había muerto a los tres años— está con él y tiene ahora quince. Para alivianar su soledad, tomó el puesto como profesor de teatro en el Instituto Correccional Fletcher, donde ha estado llevando a escena obras de Shakespeare. (Programas similares existen o han existido, de hecho, en prisiones del Reino Unido, Italia o Estados Unidos, así como de Canadá).

Cuando una «estrella propicia» —aquí, un personaje femenino titilante llamado Estelle, que tiene mucha influencia— le lleva a Felix sus enemigos a su alcance, él escenifica La Tempestad en su prisión, deseando de este modo atraparlos, encontrarlos y conseguir así a la vez su venganza y su antiguo puesto. Tiene la ayuda de un presidiario joven que es hacker, que usa la tecnología digital con gran provecho: porque, ¿qué es Ariel para Prospero sino un encargado de efectos especiales extremadamente eficiente, además de especialmente bueno con los truenos y relámpagos virtuales, por no mencionar sus acompañamientos musicales? Como ninguno de los presos quiere interpretar a la chica, Felix contrata a una actriz para hace de Miranda. Mientras tanto, la chica-espíritu Miranda, fascinada con la obra decide… ¡sin spoilers!

Como en La Tempestad, al final la acción se proyecta al futuro, cuando los presidiarios estudiantes de actores presentan sus reportes sobre qué cree que les pasará a los principales personajes una vez que estén a bordo del navío a Nápoles. Una pista: no todo es bueno. Una de las preguntas que me ha molestado sobre La Tempestad: ¿por qué querría Prospero, habiendo sido traicionado por su malvado hermano una vez —un malvado hermano que no se arrepiente, ni siquiera cuando es perdonado—, deshacerse de sus armas mágicas y subirse a un barco con ese mismo hermano malvado? ¿Qué podría pasar entonces?

Escribir Hag-Seed fue extrañamente estimulante, y también muy informativo. Ahora sé lo que es una pignut: no es un maní, como se pensó antiguamente, sino un vegetal con nódulos en el tallo. Y, en un enceguecedor destello de luz, descubrí la respuesta de algo que siempre me ha molestado. ¿Por qué Trinculo y Stephano se pasan hablando sobre el olor a pescado de Caliban? ¿Simplemente son unos abusadores? ¡No, llegó la aplastante revelación! Caliban huele a pez porque es quien atrapa los peces para Prospero y Miranda. Éso es lo que han estado comiendo por doce años: pescado, pignuts y scamels, sean lo que sean. Ni pan, ni manteca, ni pimienta. Y tampoco vino —por eso Caliban cae víctima del demonio de la bebida la primera vez que se lo encuentra.
Oh, y  monos tití. Y nidos de arrendajos. No hay duda de por qué Prospero está tan apurado por volver a Milan.
Publicado en The Guardian el 24 de setiembre de 2016

3 respuestas a “Una tormenta perfecta: Margaret Atwood sobre «Hag-Seed»”

  1. […] todo si se piensa que una prisión, como bien lo dice el director (y reafirmó Margaret Atwood en su última novela), no es otra cosa que una […]

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