Disco Judy at Carnegie Hall, de Judy Garland (Capitol, 1961)

La elección de las canciones es irreprochable, el orden (al menos hoy) parece natural, como si una exigiera a la otra y cada cosa estuviera ahí puesta por un motivo secreto y casi divino. Todo en este disco da la idea de su frescura: los diálogos, los mínimos quiebres de la voz (sobre todo en «Somewhere Over the Rainbow»), las anécdotas que Judy cuenta con tanta gracia, con una autenticidad tan única y una propensión a la autoparodia y al humor que hacen que el instante parezca a cada momento vivo, realmente vivo.
Uno puede, de hecho, prácticamente ver lo que está sucediendo, sentir el espectáculo como en muy pocos discos y la voz de Garland, los músicos acompañantes, las intervenciones del público, todo queda en la memoria como un recorrido fascinante que trae de otro tiempo unas horas al hoy.

Película David Lynch: The Art Life, de Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neergaard-Holm (Estados Unidos, 2016)

Como decía en un breve comentario Mateo Vidal, al documental David Lynch: The Art Life le faltan voces que complementen la historia del director, que relata parte de su vida sin un interlocutor, sin un contrapunto. La visión única, sin embargo, podría indicar que nos encontramos ante una suerte de memoria y que Lynch, más que su mero objeto de estudio, es su coautor.
El resultado final, más allá de su factura bastante convencional pero no por eso menos eficiente, es, ante todo, lynchiano. La posibilidad de decir esto, de que el apellido sea ya un adjetivo (como el de Franz Kafka, según recordaba recientemente Agustín Acevedo Kanopa en su reseña), es bastante significativa, aunque evidente para un artista que ha logrado como pocos la creación de un mundo personalísimo, reconocible y, en general, al alcance del gran público (al menos en cuanto a que sus películas se estrenan en cines comerciales y sus obras tienen una llegada más o menos masiva).
Entre anécdotas peculiares e imágenes ominosas, su característica voz se abre paso como a través del humo denso de sus cigarros, pintando un origen casi mítico con una habilidad narrativa y una capacidad única para el desconcierto y la seducción.

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Estoy leyendo Fuochi in novembre, de Attilio Bertolucci (Parma: Alessandro Minardi, 1934) y Poetry and Film: artistic kinship between Arsenii and Andrei Tarkovsky, de Kitty Hunter Blair (Londres: Tate, 2015)

Dos de los más reconocidos cineastas del siglo XX tuvieron padres artistas. Más concretamente, poetas. Tarkovski (en mi opinión, el mayor director de la historia) es conocido por utilizar poemas o fragmentos de su padre Arseni en varias de sus películas (El espejo, de 1975; Stalker, de 1978 y Nostalgia, de 1983), pero el conocimiento de la existencia de Attilio Bertolucci se lo debo a Juan Pablo Calleja, que ha venido traduciendo algunos versos en su blog.

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La revelación, más allá de las posibles conexiones con las películas de su hijo, es subyugante. Bertolucci es un poeta de mucha potencia, que logra con recursos mínimos una gran expresividad. La lectura de uno de sus primeros libros (uno de los pocos que está disponible de forma íntegra online), es una experiencia intensa, porque esas descripciones elementales se parecen a la vida.
El libro de Hunter Blair (traductora al inglés de los libros Esculpir en el tiempo y los Diarios de Andrei Tarkovski), por su parte, es la primera recolección amplia de la obra del poeta ruso, que todavía no tiene su contraparte en nuestro idioma. Con un estudio previo muy interesante, que busca las relaciones entre una obra y la otra (relaciones que hicieron, por ejemplo, que Chris Marker titulara Une journée d’Andreï Arsenevitch a su documental sobre el director), la antología permite no sólo ver la huella de la poesía del padre en los films del hijo, sino además el inmenso poder de esos versos, cargados de imágenes austeras y formidables.


Estoy oyendo Xiu Xiu Plays the Music of Twin Peaks, de Xiu Xiu (Polyvinyl y Bella Union, 2016)

Continuando la la onda expansiva que desató el regreso de Twin Peaks vuelvo a su música, compuesta por Angelo Badalamenti y, en este caso, interpretada por una de las bandas experimentales más interesantes de Estados Unidos.

2 respuestas a “”

  1. […] última película de David Lynch, a la fecha, es Inland Empire, de 2006. Fue la primera que vi. No sé por qué motivo (yo tendría […]

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  2. […] brillo, así, la sobrevivió, y hoy basta escuchar, por ejemplo, las grabaciones legendarias de su concierto en Carnegie Hall (1961) para encontrarse en estado crudo con toda la delicada potencia de una mujer que, para citar […]

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