Disco Pastel Blues, de Nina Simone (Philips Records, 1965)

Aunque solo fuera por los 10 minutos de «Sinnerman», este disco estaría ya entre mis preferidos. Pero, como si fuera poco, a esa final muestra de virtuosismo se le suma la apertura del encantamiento que es «Be my Husband», la delicadísima «End of the Line» y una versión estremecedora de «Strange Fruit».
Con Nina al piano, una selección impecable de canciones (se extraña apenas alguna escrita por ella) y una banda contundente, Pastel Blues es (si es que hay uno) el disco ideal para admirar el talento inconmensurable y la maestría vocal de una de las más grandes compositoras e intérpretes del siglo XX.

Película La academia de las musas, de José Luis Guerín (España, 2015)

Lo que se presenta como un documental sencillo en su superficie (encuadres bastante convencionales, sonido ambiente, etc.) se convierte en ensayo cinematográfico y en obra de ficción casi sin solución de continuidad. la_academia_de_las_musas-300054438-large
Aparentemente nos enfrentamos al registro de un seminario en la Universitat de Barcelona a cargo del académico italiano Raffaele Pinto, especialista en Dante. A partir del estudio de la figura de la musa a lo largo de la historia, la clase se vuelve, sobre todo por medio de interacción con las estudiantes (en su inmensa mayoría el público es femenino), un cuestionamiento profundo del lugar de la mujer en la sociedad, de la poesía y del amor.
En viajes y lecturas, en versos y gestos, en las conversaciones con su esposa (los puntos más altos de una gran película), en las discusiones con el alumnado dentro y fuera del aula (con reflejos que tapan u ocultan parcialmente los rostros), el protagonista pone en escena en su propio cuerpo todas estas cuestiones en la teoría y en la práctica, en todo lo que finalmente queda (siempre lo más bello, siempre lo perdurable) por fuera.

Libro El hermano mayor, de Daniel Mella (Montevideo: HUM, 2016)

Aunque estuvo en casi todas las listas de los recomendados de fin del año pasado, aunque Lava me pareció un libro casi perfecto, aunque los que lo leyeron parecían fascinados, 18671311_449717762047382_6788721361195747836_ntardé en llegar a El hermano mayor, quinto libro de Daniel Mella.
Tal vez por eso cuando me hice con él lo leí de un tirón, en una tarde (es bastante breve), y tal vez por eso al principio no pude evitar preguntarme «¿Tanto alboroto por esto?». Un poco antes de llegar a la mitad, no obstante, entendí.
La anécdota que desencadena la escritura es terrible: la muerte del hermano del narrador (cuya biografía coincide casi completamente con la del autor) en un accidente. Sin embargo, eso no importa (o importa menos); porque lo realmente removedor no es la tragedia personal y familiar, sino el modo preciso de contarla.
Mella maneja las herramientas de la memoria y de la literatura con maestría, en un trabajo de montaje que muestra con impudor el discurso crudo, que se arma ante nosotros desde una supuesta «verdad» que se revela, al final, tan «ficticia» como todo y, a la vez, tan real como «lo real».
El final precipitado y cierto descuido en la edición, sin embargo, hacen que este libro no sea la pieza perfecta que reclamaría ser y que parte de esa potencia expresiva se pierda en momentos claves.

Película Alien: Covenant, de Ridley Scott (Estados Unidos, 2017)

A Ridley Scott le debemos dos obras geniales (Alien -1979- y Blade Runner -1982-) y dos muy memorables (Thelma & Louise -1991- y Gladiador -2000-). Después… casi nada digno AlienCovenantde mención, hasta Prometeo (2012). La película, que es una secuela de la del 79, tiene sus detractores, pero es una atendible ampliación del universo de los xenomorfos, universo que, salvo James Cameron (que logró con Aliens un producto al menos digno e indagó algo en el proceso reproductivo de los extraterrestes), ninguno de los continuadores de la saga supo aprovechar.
Con Covenant, Scott regresa a ese viscoso y casi mítico mundo, y el resultado es una de sus mejores películas de los últimos veinte años. Eso no significa necesariamente que llegue al nivel de sus primeras producciones, pero es una pieza crucial en la cuestión sobre la naturaleza de lo humano, sobre si puede definirse algo esencialmente humano, pregunta que ha movido a la ciencia ficción (y al arte todo). Con más preguntas, en este sentido, que respuestas y con la apertura de la posibilidad de futuras discusiones, esta precuela/secuela (que, junto a Sigourney Weaver perdió toda posibilidad de que yo simpatizara con algún tripulante de la especie Sapiens), en su estilo, retoma el terror como elemento expresivo y brutal y al monstruo como lugar de lo inefable, pero también de lo bello.


Estoy oyendo Erik Satie : Du Chat noir à la Rose+Croix, de Stéphane Blet (Saphir Productions, 2006)

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