Película El molino quemado, de Martín Chamorro, Micaela Domínguez Prost y Cecilia Langwagen (Uruguay, 2017)
Un molino que se quemó en circunstancias dudosas hace más de cien años en un pueblo de Colonia… La historia en sí parece dar para bastante poco, sobre todo si uno se queda ahí, en lo pintoresco o en lo «misterioso». Por suerte no es lo que hicieron los directores de El molino quemado, que pasó demasiado fugazmente por las salas Nelly Goitiño del SODRE y Cinemateca Pocitos.
Lo cierto es que no sólo es un documental sobre el extraño incendio, sino que también es un registro único de la vida de Nueva Helvecia, una las ciudades más idiosincrásicas del país, de sus habitantes y de sus costumbres y, sobre todo, una reflexión sobre el pasado, la identidad, la memoria, la patria. A modo de síntesis se puede repetir lo que dice una de las entrevistadas cuando se le pregunta sobre el incendio: que fue un suceso «previsible según la historia», frase tal vez casual tras la que se oculta toda una idea sobre la construcción de los mitos nacionales. Es, además, una película cuidada, con un montaje muy inteligente, una fotografía bellísima, que crea a la vez que muestra el campo uruguayo, «la pánica llanura interminable» y el bosque con sus árboles retorcidos, sus pájaros y sus espesuras sombrías.
Conferencia Laboratorio de Reflexión: ¿En qué estoy? / ¿En qué estamos? con Gastón Haro, Brian Ojeda y Andrés Seoane (Centro de Fotografía, 29 de agosto de 2017)
Esta semana fue intensa en discusiones. Diego de Ávila, que publicó hace unos meses una novela bellísima, fue entrevistado por Pablo Silva Olázabal en su programa de radio e intercambiaron ideas sobre la literatura y su relación con lo real, sobre si todo es un trabajo con las palabras o si hay algo que va más allá. Esa noche, como parte de un interesante ciclo del Centro de Fotografía, Gastón Haro fue invitado a hablar de su proyecto como fotógrafo y, a su vez, a invitar a otro artista, que por su parte debería invitar a uno más. Así, pude ver por la transmisión en vivo en YouTube a Haro, Brian Ojeda y Andrés Seoane contando sobre su acercamiento a la disciplina y sus trabajos actuales.
El primer invitado citó en un punto a Barthes, que en alguna parte de La cámara lúcida sostiene que «La fotografía es la momificación del referente» y a partir de esa afirmación postuló que la imagen pareciera despegarse de lo «representado» y enrarecerse, cosa que él acentúa mediante la alteración de los negativos y la deliberada confusión de los límites entre lo «natural» y lo «artificial». Por su parte, Ojeda, que viene del mundo de la moda y es el único de los tres que trabaja con cámara digital, mostró un acercamiento mucho más teatral, mucho más deliberadamente «construido», con lo cual sin embargo apuntó que busca develar una verdad última e interior. En ese sentido, es central la reflexión complementaria de Seoane, que en cierto punto postula su necesidad de alejarse de las tecnologías más actuales por sentirlas demasiado vinculadas con una cierta noción de la «realidad», en pos de otras búsquedas.
Como resumen esto es casi nada, pero creo que condensa una línea de pensamiento que da cuenta de un acercamiento consciente y discutidor al arte, por parte, por otro lado, de tres de los fotógrafos más atendibles de la actualidad.
Libro Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?, de Mark Fisher (Buenos Aires: Caja Negra, 2016)
Siguiendo la recomendación de Mateo Vidal, llegué al primer libro de Mark Fisher, crítico, escritor y profesor inglés. Editado originalmente en 2009 y en español el año pasado por la editorial argentina Caja Negra (que tiene uno de los mejores catálogos que conozca) como parte de su imperdible colección Futuros Próximos, Realismo capitalista es un libro repleto de ideas.
Ideas compartibles, discutibles, matizables, pero en general deslumbrantes y frescas. Un panorama lúcido sobre el mundo del tardocapitalismo, un magnífico retrato del sujeto (pos)moderno, una reflexión intensa sobre la soledad, la locura, la depresión, el trabajo y la escritura, que en breves capítulos (a los que se añaden en esta edición algunos ensayos que amplían y actualizan el contenido original) presentan un diagnóstico y proponen (disculpas por la metáfora médica) una cura. En su lectura, que es disfrutable de principio a fin, asusta ver el alcance de cada descripción, el seguimiento que hemos hecho de una lista nefasta para hacernos acreedores del privilegio ambiguo de pertenecer a un «nuevo mundo feliz».
Estoy viendo The Young Pope, de Paolo Sorrentino (Italia, España & Francia: Sky Atlantic, HBO & Canal+, 2016)
Andrés Seoane me la recomendó hace casi un año, pero como no me había gustado La grande bellezza (2013) y la crítica había recibido mal a la primera incursión de Sorrentino en Hollywood (Youth, de 2015), dejé pasar el tiempo. Ahora, de pronto, encontró su lugar. El primer capítulo, con una puesta al principio muy felliniana, parece prometedor. Por otra parte es difícil que decepcione, con un elenco con actores como Jude Law (que, de todos modos, no terminó de convencerme), Diane Keaton (si Seoane la hubiera mencionado no habría esperado tanto para verla) y Silvio Orlando, actor habitual del genial Nani Moretti. Sin embargo, lo más logrado son los escenarios, con un Vaticano recreado en estudio, un vestuario impecable y composiciones cuidadísimas que dan la idea de una de pintura barroca en movimiento.
Estoy oyendo Todas las películas son de terror, de La Hermana Menor (Bizarro, 2017)
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