Estoy leyendo A Book of American Martyrs (New York: Ecco, 2017), la inmensa última novela de Joyce Carol Oates, en su versión española (Madrid: Alfaguara, 2017). Centrada en dos familias, cuenta la historia del asesinato del médico abortista Gus Voorhees a manos de un fanático evangelista y sus repercusiones.
En algunas ocasiones, Oates menciona poetas y cita frases y algunos versos (además de los bíblicos que vertebran parte de la trama) que ayudan a esbozar a un personaje. Eso sucede, por ejemplo, en el siguiente fragmento:
Jenna thought of the poet Percy Shelley who’d boasted strangely of himself—I always go on until I am stopped. And I never am stopped.
Except of course, Shelley was stopped, at a young age.
La sentencia, recogida por Trelawny en sus Recollections of the Last Days of Shelley and Byron, se ha pensado en consonancia con las palabras de Mary Shelley. La novelista y poeta cuenta que los soldados en Fusina no los querían dejar continuar, porque habían olvidado sus pasaportes, pero «no pudieron resistir la impetuosidad de Shelley». Algo similar pudo haber pensado Jenna, esposa del médico. La traducción española, de José Luis López Muñoz, dice:
Jenna se acordó de Shelley, el poeta, que había dado muestras de una extraña presunción: Siempre sigo adelante hasta que me detienen. Y no me detienen nunca.
Excepto que, por supuesto, a Shelley lo detuvieron cuando era todavía joven.
En otro caso notable, Oates utiliza no un verso, sino una palabra y esta vez de Shakespeare:
“How much can the baby understand of what we say?”—Naomi was anxious to know.
“The baby understands feelingly.”
(This was a Shakespearean line, Naomi would recall years later. At the time it was uttered by Daddy as if it were his own and very likely, from Gus Voorhees’s perspective, it was his own.)
Según C. T. Onions en su glosario, feelingly es una palabra utilizada por primera vez por el bardo inglés y puede significar, según la ocasión, cosas tan distintas como «apropiadamente» (en Twelfth Night o Measure for Measure, por ejemplo) o «con sentimiento o emoción» en The Rape of Lucrece.
En este último sentido es que la dice el doctor Voorhees en la ficción. En el poema largo de Shakespeare se puede encontrar dos veces:
La primera, en el verso 1112,
True sorrow then is feelingly suffic’d
When with like semblance it is sympathiz’d.
y la segunda en el 1492,
Here feelingly she weeps Troy’s painted woes
Pablo Ingberg, que pasó al castellano La violación de Lucrecia para la editorial Losada, traduce:
La pena cierta entonces su sentir satisface
Cuando halla simpatía con otra similar.
y
Llora aquí emocionada los pintados pesares
de Troya
Por su parte, el traductor de la novela elige otra versión:
—¿Cuánto puede entender la niña de lo que decimos?—Naomi estaba ansiosa por saberlo.
—La niña entiende sentimientos.
(Era una frase con tintes shakespearianos, recordaría Naomi años después. Pero papá la dijo por entonces como si fuera suya propia, y es muy probable, desde la perspectiva de Gus Voorhees, que lo fuese.)
Sin embargo, no escribo esto para nombrar esos casos, sino para centrarme en otro, que me llamó la atención especialmente. Leí, en español:
Aunque se contaba una historia muy distinta: cuánto agradecía estar sola. Si no sola para siempre, al menos aquella mañana. Inapreciables horas de trabajo ininterrumpido en la mesa de pino de la habitacioncita del piso alto a la que llamaba su estudio, con su techo inclinado, el reducido panorama de campos de color pardo, una ruidosa estufa portátil funcionando al máximo.
Cierro con llave la puerta de mí mismo, había dicho un poeta.
Echo la llave y aparece… la felicidad.
El verso, por supuesto, me sonó al instante, porque lo traduje hace no mucho tiempo. En la novela dice:
Yet telling herself a very different story: how grateful to be alone. If not to be alone for always, for this morning at least. Precious uninterrupted hours of work at the plain pine table in the small upstairs room she called her study with its slanted ceiling, meager view of dun-colored fields, a rattly old space heater turned high.
I lock my door upon myself—a poet had said.
I turn my key and there’s—happiness.
En su apuro, el traductor (en inglés la novela, de casi 800 páginas, salió en febrero, la traducción en octubre) no notó que «el poeta» era nada menos que Christina Rossetti. Ese descui
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