Hace cuatro años, cuando se cumplían 100 años de la Primera Guerra Mundial, Gabriel Lagos me pidió que escribiera para el número de setiembre de 2014 de la revista Lento lo que se convertiría en mi primera colaboración en prensa (aunque se publicó después que algunas reseñas). El texto, que contaba la participación de mi bisabuelo en la guerra, tuvo una feliz vida y sirvió como materia prima para uno de los capítulos del libro Cartas desde las trincheras, de Sebastián Panzl (Montevideo: Planeta, 2017). Ahora, aprovechando el centenario del Armisticio de Compiègne, lo publico con apenas algunas correcciones.

How first this World and face of things began,
And what before thy memorie was don
From the beginning
(Cómo fueron este Mundo y la faz creados
y qué fue hecho antes de tu memoria
desde el principio)
John Milton, Paradise Lost VII, 636-8
Cuando murió mi abuelo, mi abuela me dio una caja de zapatos vieja que contenía un manojo grande de papeles, fotos, cartas, postales. Supe entonces que mi bisabuelo escribía. Cuentos, más o menos autobiográficos, algunos poemas “a la manera del Martín Fierro” o “a la manera de Cambalache”. Comentarios sobre sociedad, economía, política… Diría que todos son de sus años de viudo, cuando ya era Don Tito: del final de los sesenta en adelante. Años convulsionados; en esos papeles comenta con agudeza de profeta sobre los avances tecnológicos, la inflación, los recortes a los pasivos, los problemas de la salud, de la educación, el asesinato de Dan Mitrione, la toma de Pando, las declaraciones de los ministros, la dimisión obligada de su hermano Antonio Francese, la dictadura. Escritos sobre hojas de almanaques, sobre listas de la Caja Obrera (banco del que mi abuelo, su hijo, era gerente), sobre hojas de libros de contabilidad, sobre listas de precios, sobre trabajos escolares de sus nietas, son una buena muestra de aquellos tiempos.
Casi no se nombra la Primera Guerra Mundial en la inmensa cantidad de páginas. Sí la Segunda, sí las distintas guerras que se llamaron la Guerra Fría. Jamás la guerra en la que participó, de la que fue héroe.
Cuando mi madre le preguntaba, él, mi bisabuelo, decía que había sido cocinero del ejército. No había sido así, claro. A juzgar por cosas que no sé quién oyó de no sé quién y que mi abuela me contó a mí y que yo pude corroborar por un cuadernito de apuntes, mi bisabuelo establecía las coordenadas para posicionar las metralletas. No sé cómo se llama ese cargo, y no interesa. Formó parte de la Compagnia Mitragliatrice número 2023, que utilizaba metralletas Saint-Étienne modelo 907 F.
Como una digresión, como un paréntesis en una historia de amor, cuenta en un manojo de papeles que se llaman «Crónica»: «En esto yo había cumplido los dieciocho años y se declaró la guerra en Europa. Con otros muchachos pensamos alistarnos y marchar. Yo como menor pude conseguir los documentos de otro amigo mayor y como los alistadores no se preocupaban mucho pude marchar a Italia con nombre supuesto.»
En 1915 mi bisabuelo partía, con un adulterado falso, bajo el nombre Ferdinando Palladino, a Italia, a la guerra. El 16 de junio se enroló en el ejército en Génova. El 28 de julio fue llamado. Su campo de instrucción estaba en Barbarano, en Vicenza.
En otra historia «romántica», con sus infaltables toques de erotismo, que se llama «Recuerdo de mi primer amor» rememora esos momentos de partir: «En ese lapso se declaró la primera guerra mundial. Yo, llevado por un sentimiento lírico, me alisté en el ejército italiano, marchando a Europa. Allí pasé casi 5 años con todas las alternativas de una guerra. Progresé como soldado. Llegué a ser sargento mayor instructor. Además, la fortuna me acompañó. Pasé por todas las vicisitudes de la guerra llegando al final bastante bien.» Ese sentimiento lírico, ese ingenuo amor por la patria que lo llevó a la guerra sería motivo de arrepentimiento. Pero (y esto son conjeturas) también de secreto orgullo.
Hace algunos años escribí «Fantasía sobre Dylan Thomas». Es la traducción y fusión de dos poemas suyos; uno, de 1945, alude claramente a la guerra y se llama «Lie still, sleep becalmed», el otro, posterior, a la muerte de su padre y es «Do not go gentle into that good night». El resultado de este juego literario es el siguiente:
Escuchamos el sonido cantor del mar, vimos la salobre sábana proferir:
«No vayas dócil a esa buena noche».
Los bravos hombres que atrapan y cantan el sol en el vuelo,
y aprenden tardísimo,
no van dóciles a esa buena noche.
Aunque los hombres sabios, cercano el fin, saben que es buena la tiniebla
porque sus palabras no han irradiado centellas,
ellos no van, dóciles, a esa buena noche.
Furia, furia contra la muerte de la luz.
Bajo la milla de luna temblamos escuchando
el sonido del mar fluir como sangre desde la estruendosa herida
y cuando la sábana salitre rompió en una tormenta de canto
las voces de todos los ahogados nadaron en el viento.
Furia, furia contra la muerte de la luz.
Yace tranquilo, duerme calmo, sufriente con la herida
en la garganta, ardiendo y retorciéndose.
La edad antigua debe arder y rabiar con el ocaso…
esconde la boca en la garganta
o hemos de obedecer y cabalgar contigo entre los ahogados.
Ahora que me pongo a pensar, que intento recordar cosas que no viví, que junto memorias como retazos, que uno lentamente los trozos de historias oídas, de cartas, de frases y fotos y documentos, no puedo dejar de pensar en esos versos. Era otra guerra, no la del 39, sino la del 14, la que una vez fue la Gran Guerra y hoy es algo que pasó hace cien años. Hoy es poemarios y novelas y documentales y películas y cuadros y música y obras de teatro y esculturas y recortes de diarios y estadísticas y libros de historia y una fecha.
El escritor Hugo Giovanetti Viola, que conoció a mi bisabuelo y utilizó algunas de sus historias de guerra para crear uno de los personajes de su novela díptico Morir con Aparicio me informó que luchó en la ciudad de Gorizia, donde estuvo Hemingway, tal como cuenta en Adiós a las armas. Allí la lucha fue cruenta desde que el 24 de mayo de 1915 comenzara el conflicto con el Imprerio Austro-Húngaro: Gorizia fue escenario de terribles batallas. Pasó de mano en mano durante casi toda la guerra hasta que recién en 1918 los italianos lograron ocuparla definitivamente. Tras la retirada de Caporetto, mi bisabuelo pasó a Grappa, uno de los puntos de resistencia hasta que, en noviembre del 18 el ejército italiano derrotó al Imperio en la batalla de Vittorio Veneto.
«Ricordatevi sempre questo capolavoro italiano che supera anche la Divina Commedia: Vittorio Veneto» («Recuerden siempre esta obra maestra italiana que supera incluso a la Divina Comedia: Vittorio Veneto»), ha escrito Marinetti. Mi bisabuelo jamás podría haber afirmado algo así. En la caja de sus recuerdos guardo, eso sí, junto a sus condecoraciones, una edición de la Comedia impresa en Milán en 1872 que trajo consigo.
Fue Ferdinando Palladino y Francisco Francese por muchos años. Para una lejana novia italiana hasta 1919, año en que se volvió a Uruguay. Para el ejército Italiano, para Italia, hasta 1968. Lo contó su amigo Alberto Martino en el discurso que dio el día de su entierro, y que transcribo fielmente.
Amigos: yo puedo hablar de Francese por que fué bueno y generoso, fué patriota, fué modesto, fué trabajador honrado a toda prueba.
Su generosidad yegó hasta el punto de usar un documento de identidad de otra persona
(Ferdinando Paladino) para enrolarse voluntario en la primera guerra mundial, demostrarno su gran amor a Italia.
Su modestia yegó al punto de mantener en secreto dal 1918 al 1968, 50° aniversario de la Victoria, cuando el Gobierno Italiano decretó la Benemerencia de Caballero di Vittorio Veneto. Yo e colaborado de modo que se isiera real justicia.
«Tell me about Gorizia. How are the girls?» (Contame de Gorizia, ¿qué tal las muchachas?), pregunta el narrador de la novela de Hemingway.
También esto preocupaba a mi bisabuelo. Sus únicas menciones a la guerra son, como he dicho, en historias de amor que contaba de manera ascética, con precisión y sin efusión de sentimientos. «Eran amores de pocos días, llenos de promesas, que sabíamos no poder cumplir». Esta es una frase más en un cuento, unas palabras entre cientos de palabras, pero deja ver algo: la proximidad de la muerte a cada instante. «Teníamos la impresión que debíamos morir» dice en otra parte. El amor, el sexo y la guerra están así fuertemente ligados en sus historias.
Hay dos transcripciones realizadas de su puño y letra del «Canto dell’odio» escrito en la segunda mitad del siglo XIX por Lorenzo Stecchetti (alias de Olindo Guerrini). El poema, un violento ataque a una prostituta indiferente de un hombre despechado, cobra otro sentido cuando una de esas transcripciones se encuentra en el cuaderno de apuntes que utilizó durante la guerra. Me pregunto si habrá conocido al poeta, ya que ambos coincidieron en Génova en 1915.
«En el barco viajaban familias que retornaban a su país», escribe un poco más adelante en su historia. Eso hacía él. ¿A su país? Él era uruguayo. Sus padres, Francisco y María Felicia, y sus hermanos mayores, eran los italianos, de Potenza. Pero ellos no fueron: fue él. El 28 de julio de 1919 su padre le escribía «Cuatro años, cuatro años que a todos nos parecen siglos nos han separado». Era hora de volverse. En su «Crónica» enfatiza «No quise quedarme al terminar la guerra. Me ofrecieron empleos, matrimonio conveniente, pero no quise quedarme». El 8 de octubre de ese año partía de regreso desde Génova en el vapor Indiana. El 5 de noviembre de 1919 llegó a Montevideo.
El 25 de junio de 1921 se casó con su vecina de la infancia, Adela Fervenza. El 11 de abril de 1922 nacía su primer hijo y nueve años después, el 25 de diciembre del 30, el segundo, mi abuelo. Los llamó Aldo y Arnaldo, en honor a dos guerrilleros italianos.
Ferdinando Palladino había nacido el 29 de noviembre de 1894, Francisco Francese el 25 de enero de 1897. No sé qué fue de aquél Palladino, de identidad robada, cuándo murió, si tuvo hijos. El otro Palladino desapareció cuando ya todos sabían la verdadera historia de Francisco Francese. Mi bisabuelo sobreviviría al falso Palladino, a su alter ego, por casi veinte años. El discurso de Martino, pronunciado el 17 de junio de 1987 terminó:
Yo, tuve Francese Vicepresidente de la Asociación Italiana de la Arma de Infanteria hasta el dia de ayer.
En este momento traigo el pesar de todes los INFANTES que muchos los amaban.
Lo mismo lo hago en nombre de todos los comilitones de todas las Armas y de todas las guerras, con la esperanza que no alla más guerras.
A los Hijos, a los sobrinos y a todos los parientes todos reciban el mas grande pesar.
A FRANCESCO que descanse en paz.
Ya en su vejez escribiría mi bisabuelo críticas a los panegiristas del Che y de Artigas, que desde la comodidad de sus casas elogiaban las hazañas de la guerrilla y del compromiso con las nobles causas. Ya criticaría a los homenajes a Gandhi, realizados con una formalidad absurda para un hombre que «fue del pueblo». Ya criticaría la idea de patria, ya se preguntaría: ¿puede alguien ser la patria? Eso vendría después, pero esto no es un homenaje, ni un panegírico, ni una exaltación del amor a la patria. Es (y son palabras de González Tuñón) una demanda contra el olvido.
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