Reseña de Teoría King Kong, de Virginie Despentes (Buenos Aires: Random House, 2018) que salió, junto a la de Vernon Subutex 3 (Barcelona: Random House, 2018), en la diaria el 11 de enero de 2018.
Como consecuencia del renovado interés en Despentes y, sobre todo, de la recientemente retomada discusión sobre el feminismo, Random House repuso la que tal vez sea la gran obra de la francesa: Teoría King Kong (2006), un libro de estilo muy particular, que combina con maestría lo ensayístico y lo autobiográfico y fue excelentemente traducido al castellano por Paul B. Preciado, también importante figura del pensamiento feminista, sobre todo por sus aportes a la teoría queer, en particular a través de libros de una escritura marcadamente idiosincrásica como Manifiesto contrasexual (2002) y Testo yonqui (2008).
El libro de Despentes, a pesar de la fama de la autora de “incorregible”, de su temática destinada a la controversia aun entre quienes se definen como feministas, y de los títulos de algunos capítulos que tienen la clara intención de espantar (como “¿Te doy o me das por el culo?”), está escrito en un estilo reflexivo y riguroso y, aunque tiene una impronta claramente militante y confrontativa (que se agradece, en tiempos de forzados consensos), logra no ser panfletario ni, sobre todo, prescriptivo. Al revés que muchos de estos textos, así, la francesa no propone un “deber ser” ni condena formas de la feminidad, sino que muestra la hipocresía inherente a muchas maneras de constituirnos y de pensarnos “hombres” o “mujeres”.
Sin hacer concesiones, entonces, Despentes se enfrenta a varios de los temas más complejos del feminismo, incluso aquellos que, como la pornografía o las prostitución, suscitan las posturas más irreconciliables, desde las miradas abolicionistas como la de Andrea Dworkin a las sex-positive de Ellen Willis. Y si, por mi parte, menciono dos figuras de la tradición anglosajona, en esto sigo a la propia autora, que cita autoras claves como Angela Davis o Annie Sprinkle y se basa en los trabajos de Judith Butler o Gail Pheterson, aunque también mencione a pensadoras francesas ineludibles, como Simone de Beauvoir, e incluya en un apartado bibliográfico obras de Violette Leduc o Claire Carthonnet.
Con una justa cuota de anécdotas personales, Despentes (que, por ejemplo, fue prostituta de manera intermitente durante su juventud) se mueve con precisión entre el manifiesto radical a lo Valerie Solanas (por cierto, la francesa es mucho más moderada) y lo testimonial, sin jamás caer ni en la tendencia a hacer de lo personal un universal absoluto ni tampoco en una escritura que se limite a lo confesional. En este sentido, hay una anécdota que parece estar al centro tanto de su historia intelectual como de su propia vida. Se trata de su descubrimiento, en los 90, del pensamiento de Camille Paglia, una pensadora fundamental del feminismo, polémica hasta hoy, cuando se la puede ver concordando, por ejemplo, con el canadiense Jordan Peterson, principal vocero contra la corrección política y autor del libro de autoayuda 12 reglas para la vida, que se convirtió en un éxito de ventas a principios del año pasado.
Víctima de una violación, Despentes narra el impacto que fue para ella la lectura de un texto de Paglia que, aunque no se nombra, seguramente se trate de una entrevista publicada en una revista en 1991 y luego reimpresa en el libro Sex, Art, and American Culture bajo el título “The Rape Debate, Continued”, como secuela del artículo “Rape and Modern Sex War”. En esa entrevista Paglia piensa la violación de otra manera, como dice Despentes, que desde su lectura dejó de verse como víctima y logró “recuperarse”, sin que eso significara borrar lo sucedido, sino abandonar el lugar de sumisión, de mujer rota, digna solamente de piedad, a la que había sido relegada por la sociedad. Con ese acto emancipatorio en apariencia sencillo nace la conciencia feminista de quien en 1993 publicara la escandalosa novela Fóllame (luego adaptada al cine por la novelista junto con Coralie Trinh Thi) y, en lugar de pensar la violación como excepción, la ve como riesgo a pagar por la libertad. Un riesgo, según Despentes, que vale la pena correr.
Por supuesto, en Teoría King Kong hay muchas declaraciones, como la anterior, discutibles. En un momento, por ejemplo, en una pregunta retórica la francesa dice que la pornografía “se trata únicamente de una representación”, y uno no puede más que recordar una escena del documental Hot Girls Wanted (Jill Bauer y Ronna Gradus, 2015) en la que se le pide a una chica que está por grabar un corto en el que supuestamente pierde su virginidad con un viejo amigo de sus padres que actúe como si no lo quisiera pero, en un giro al doble “ser/parecer”, la repugnancia (por decir poco) de la actriz resulta ser estrictamente real. En efecto, es complicado negar que cada uno es, como se dice tantas veces, “dueño de su cuerpo” (y Despentes es consecuente, criticando toda forma del biopoder y, en una inversión curiosa de los términos, al Estado maternalista), pero también es difícil no ver que algunos somos “más dueños”, si cabe, que otros, y estas son tal vez las grietas de un ensayo que, aunque reciente, se perdió los cambios radicales que vivió la industria pornográfica después de su publicación (la caída de la porn star y el reinado del camming y la pornografía amateur, potenciados por la expansión definitiva de internet y las redes sociales).
De este modo, aunque es más que compartible que condenar a las prostitutas y a las actrices porno (con argumentos teñidos a menudo de puritanismo, prejuicios e incomprensión) es cuanto menos inmoral, no por eso hay que dejar de percibir que en la pornografía y la prostitución a menudo se ejerce una violencia y se ve un nivel de sujeción que no es tan fácilmente comparable (como se hace muchas veces) con las indiscutibles vejaciones que sufren los trabajadores de otros rubros socialmente aceptables por mucho menos dinero. Pero, en todo caso, la fuerza de Despentes está en su habilidad de comprender la complejidad de estos asuntos, como demuestra el final de capítulo “Brujas porno”, en el que lanza una suerte de desafío que busca desgarrar el tejido social, con sus tensiones de clase (“la única manera de hacer explotar el sacrificio ritualizado del porno será introducir en él a las chicas de las buenas familias”), de género, y todos los mitos alienantes y represivos que designan y sostienen al statu quo (“los hombres como cadáveres gratuitos para el Estado, las mujeres como esclavas de los hombres”).
Así, es precisamente el tono destructivo y a la vez meditado de muchos de sus mejores pasajes lo que hace indispensable la lectura de este libro, en el que su autora logra un difícil e inusual equilibrio, al comprender la vulnerable situación de la mujer en la sociedad actual sin considerarla jamás un espíritu “naturalmente” noble y siempre bienintencionado; más bien al contrario, Despentes ve el problema que eso significa y, haciendo eco de las pioneras palabras de Virginia Woolf, busca destruir al “ángel del hogar”. Lo cierto es que, desde la textura misma de su prosa inflamable, casi se ven las plumas arder.
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