En medio del confinamiento, Nina Blau nos escribió para contarnos que estaba con ganas de reactivar la revista Sotobosque , donde con Gastón Haro habíamos publicado los textos que luego se convirtieron en el libro Los restos del naufragio . Dijimos que sí y en esas semanas yo escribí una serie de textos bajo el título general Variaciones sobre la casa , que Gastón acompañó con fotos deslumbrantes. Se accede a los textos completos haciendo clic en las citas.
Moscas
Así pienso en la casa: me veo fuera de mí, desde atrás, cortando puerros en la cocina, la espalda apenas curvada hacia adelante, la cabeza inclinada sobre la tabla y el cuchillo. Solo ahí entiendo qué tiene de verdadero una cama. Es porque la veo, analíticamente, por sus partes, también las ideales: las patas, la parrilla, el colchón de espuma o resortes, la cabecera sencilla, las sábanas de flores, la manta que la cubre, las almohadas y otra cosa que no sé, el peso de los cuerpos, la marca delicadísima de una mano o la rodilla. Todo eso que llena el aire. Esas siluetas que andan por ahí, desatadas, a todas horas, en las calles muertas, y que dicen fechas como si fueran palabras de amor.
Lluvia
Era, en un sentido muy propio, el fruto del pensamiento, la manzana. De la duda, también, y de la transgresión, pero sobre todo del raciocinio. La capacidad de decidir, abrir el camino de tres que nos separa. Yo leía “La manzana de la discordia” (hablaba de una ciudad y de otra, casi mítica, de dos guerras, y de una diosa dorada, de tiempos más suaves) y pensaba en tantas cosas… No había en la frase, sobre un dibujo cursi, nada de raro, pero yo no podía dejar de pensar en ella. Ni en el fuego, ni en el temor del fuego, ni en la mano hermosa, ni en el joven pastor, padre de tantas desventuras. Yo no podía dejar de pensar en ella, triplicada como el otro, expectante, llena de tanta acción que esperaba la mano, mi mano, la mano, mi mano, la mano elegida en fingido sacrificio. Adentro estaban, apiñadas, las semillas.
Duelo
No quería hablar de mí, si hablar de mí era decir cosas ciertas. Quería contar, aproximarme al borde de esta voz, torcerla un poco como si estuviera inventando algo. Quería oír otras cosas por detrás de esa silueta que se dibuja cuando digo lentamente la y griega, la o : letras como si fueran el comentario de otra cosa, o la sombra de un rechazo, de una mano terrible puesta sobre mí, como si fueran el espacio de incertidumbre que se abre en las fotografías antiguas, esas que miro ahora pasar como un desfile en plata y negro, y todo lo que adivino en las manchas blancas, profundas como preguntas.