Si en varios de los dibujos ágiles que decoran las cartas que se mandaba con Hernández hay una tensión del sujeto, que se superpone en caras que construyen el retrato como en una lectura juguetona del cubismo y en cuadros posteriores lo orgánico y lo inorgánico juegan a confundirse en la simplificación de las formas ideales de piedras y frutas, en sus obras últimas, en sus naturalezas muertas mentales, el juego sobre la identidad es todavía más arriesgado: esas cosas puestas ahí, sobre un plano de color intenso, que proyectan sombras en la nada, ¿qué son? ¿Son otra forma de sus ensayos metafísicos con piezas de ajedrez? ¿La reducción a sus rasgos mínimos de ollas y cacerolas, de esa T omnipresente, acaso de Torres, de tiempo o de eso trascendente que parece buscarse en cada trazo? ¿O son las letras de un alfabeto imposible, palabras que el cerebro entrenado a encontrar patrones busca descifrar inútilmente?
Fragmento del texto “El lugar del recuerdo”, sobre Amalia Nieto, que se publicó en el portal Mácula, dedicado a la pintura y, especialmente, a la pintura uruguaya. Se puede acceder al texto completo haciendo clic en la cita.