No sé cómo será ahora, pero cuando cursé, hace ya algunos años, la carrera de Letras en la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República, los modelos a seguir eran, por un lado, Ángel Rama y, por el otro, Emir Rodríguez Monegal. No se hablaba, prácticamente, de la Idea Vilariño crítica, y menos de los ensayos de Ida Vitale, por mencionar dos figuras más de la llamada «generación del 45», así como no se leía tampoco, en este sentido, a Carlos Martínez Moreno o a José Pedro Díaz. Los Caín y Abel de la crítica vernácula, sonaban todavía en los oscuros pasillos del local de Magallanes y Uruguay las anécdotas de las heroicas peleas de Rodríguez Monegal y Rama, de sus apasionadas discusiones en torno a un libro o acaso a una persona o tal vez, mejor, a nada. Aparecían como dos formas de la labor intelectual: el…
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