2022 (sumario)

Este fue un año noble.

El año pasado empecé, en setiembre, un doctorado en estudios hispánicos y latinoamericanos en la Universidad de Paris VIII, y decidí que este estaría más inclinado a lo académico, por lo que posiblemente sea mi sumario con menor presencia en medios de prensa y similares. Incluso el blog Afuera quedó descuidado y publiqué ahí apenas tres textos: los ensayos «Un canon, dos cánones, treinta y tres cánones» y «La errata voluntaria» —que siguen la estela de «Para terminar con los raros», que había publicado a fines de 2020— y lo que leí durante la presentación del libro Tiempos sin claves (Montevideo: Estuario, 2021), de Ida Vitale, que cumplió 99 años en noviembre.

En la diaria el año empezó recién en abril, cuando publiqué un artículo sobre la serie The Andy Warhol Diaries, de Andrew Rossi, que me sirvió de pretexto para escribir sobre el artista; al tiempo apareció también un texto sobre Orfila Bardesio que leí, ya viviendo nuevamente en Francia, en un evento organizado por la Biblioteca Nacional uruguaya el 18 de mayo de 2022, fecha del centenario de la poeta, y más tarde reseñé Donde vuela el camaleón, de Vitale (Montevideo: Estuario, 2022).

En lo específicamente académico, 2022 estuvo marcado por una serie de textos que aparecieron en medios diversos: en Cuadernos LIRICO apareció mi reseña de Puertos: Diccionarios. Literaturas y alteridad lingüística desde la pampa, de Pablo Gasparini (Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 2021), y «Aquiles y la tortuga: algunas consideraciones (intempestivas) sobre la periodización de la literatura», traducción de un artículo de Emmanuel Bouju; luego, en el número 15 de Mutatis Mutandi, se publicó mi artículo «Traducir la pampa sobre las versiones de L’Homme de la pampa, de Jules Supervielle», y en el 71 de la revista Guaraguao, mi reseña de Poesía (Montevideo: Yaugurú, 2019), de Bardesio.

Además, empecé una newsletter, de título Nueva Decadencia, a la que después sumé a mi amiga Verónica Manavella. Ahí escribí de un montón de temas y di rienda suelta a mis obsesiones: en una frecuencia bisemanal, por esos textos pasaron T. S. Eliot, Ezra Pound, Agnès Varda y Emily Dickinson, la década del veinte en Berlín, Judy Garland, Sylvia Molloy, Maldoror, Charles Baudelaire y las galerías de París, Juan Rodolfo Wilcock y Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo y Jean Cocteau, Marguerite Duras y Alejandra Pizarnik, Oscar Wilde y Seamus Heaney, Cristóbal Balenciaga, Andy Warhol y Diana Vreeland, Joan Mitchell, Frank O’Hara y Claude Monet, César Vallejo e Isadora Duncan, José Enrique Rodó y Carlos Reyles, Roberto de las Carreras y Lina Cavalieri y John Donne.

También se publicó, en el catálogo de la muestra Construcción de un lenguaje, de Verónica Vázquez, mi ensayo «El tiempo en las cosas», sobre la artista, y en mi blog de poemas subí ordenados algunos textos que habían aparecido en el blog Sotobosque bajo el título «Variaciones sobre la casa». Otros poemas, estos pertenecientes al libro Los restos del naufragio, fueron publicados en el número 76 de la revista peruana Hueso húmero, como parte de una antología de poesía uruguaya realizada por Roberto Echavarren. Pero este fue sobre todo el año de Forastera, la editorial dedicada exclusivamente a la traducción que fundamos con Mariana González y Mateo Arizcorreta, porque en noviembre apareció nuestro primer libro, una traducción de Isabel Retamoso de Divertimentos mecánicos, de la francesa Suzanne Doppelt, con prólogo de Roberto Appratto. Para terminar, participé en algunos programas de radio de Uruguay y Francia, donde pude hablar de los centenarios de las obras más reconocidas de T. S. Eliot y César Vallejo, de Forastera, Alejandra Pizarnik y la actualidad de los medios de comunicación.

Lo dicho, un año doble.

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